A 20 años del cierre de la revista sobre libros Babel
En marzo de 1991 salió a la calle el último número de Babel, una revista independiente de libros que en sólo tres años y 22 numeros abigarrados terminó reconfigurando el mapa movedizo de la literatura argentina y dándole visibilidad a un puñado de escritores jóvenes que venían a decir lo suyo después de las experiencias intensas, casi totalizadoras, de la literatura de los sesenta y setenta. Con una política del agite cultural y una irreverencia punk libresca –“dandies de izquierda”, rotuló un semanario–, los “babélicos” se juntaron y trabajaron a fondo: leyeron con seriedad a Fogwill, César Aira, Osvaldo Lamborghini, Copi y otros escritores argentinos que orbitaban en los márgenes de ese canon instalado por los realistas y los comprometidos. Se pelearon con algunos referentes, es cierto, pero la historia ha exagerado un poco la confrontación con los narradores nucleados alrededor de la editorial Planeta, suerte de Boedo y Florida para tiempos modernos. Para hablar de la revista juntamos a tres escritores que trazaron su propio vínculo con Babel: Martín Caparrós la dirigía con Jorge Dorio, Luis Chitarroni tenía una emblemática sección fija, “Siluetas”, y Alan Pauls trabajaba en una zona más teórica, leyendo la literatura argentina contemporánea a la publicación. Son muchísimos los que primero se juntaron con el nombre espectral de Grupo Shangai y luego dieron forma a Babel: Guillermo Saavedra, Matilde Sánchez, Daniel Link, Sergio Bizzio y tantos más, que con los años han sabido capitalizar y luego olvidar, con mayor o menor énfasis, ese primer lugar de pertenencia generacional.
Reconstruyamos los inicios de Babel…
Alan Pauls: ¿El principio no fue el Grupo Shangai? ¿No fue como el único efecto exitoso de Shangai?
Martín Caparrós: Shangai debe haber sido el año anterior a Babel, el 87. Hubo una noche, en la calle Corrientes. Eramos varios de los que después haríamos Babel, y descubrimos que nos atacaban juntos. Ya que nos atacan juntos, defendámonos juntos, pensamos. Igual yo creo que el origen verdadero fue una mesa que hicimos juntos, en el San Martín: “autores inéditos de hoy y de siempre”. Esto fue a mediados del 84, plena recuperación democrática. En esa mesa estábamos Sergio Chejfec, Daniel Guebel y nosotros tres. La coordinaba Jorge Dorio. En ese momento éramos todos inéditos; Alan y yo publicamos a fin de ese año, Guebel a principios del otro. Nadie había publicado. Cada uno entraba con una música. Vos te enojaste, Luis, porque te pusimos una música italiana.
Luis Chitarroni: “Funiculi Funiculá”. No, yo estaba feliz. La música favorita de Joyce. Vos salías con música de toreros.
MC: Sí, una cosa así. En el San Martin hablamos, y Miguel Briante nos hizo a los pocos días en Tiempo Argentino una doble página maltratándonos con toda saña. Miguel era muy bueno maltratando. Nos achacaba que eramos frívolos, jactanciosos. Yo había dicho que, en literatura, con la sangre solo se puede hacer morcillas. Entonces nos reunimos unos días después, en un departamentito donde yo vivía por la calle Entre Ríos, para escribir una respuesta que nunca publicamos.
¿Y entonces se empieza a armar Babel?
MC: Unos meses después. Yo trabajaba en la revista El Porteño, y había una especie de capacidad ociosa y se podía aprovechar la infraestructura que había. Surgió entonces la posibilidad de hacer una revista de libros, y yo lo primero que hice fue hablar con Dorio, que era mi socio. Imaginamos esa posibilidad, y de nuevo convocamos una reunión en mi casa, un domingo a la tarde. Ese día éramos muchos. Eramos unos quince. Estábamos entonces Dorio y yo, que supuestamente éramos los directores. Guillermo Saavedra, el secretario de redacción. Y después quedó una estructura con responsables de secciones. Estaban Guebel, Bizzio, Chejfec. Colaboró muchísima gente en la revista. El responsable de la sección de ciencias sociales era Horacio González. Ahí surgió la idea que iba a ser una revista sobre libros, más que una revista literaria. No era la idea de revista de grupo que la aprovecha para publicar sus cositas y dar rienda suelta a sus poéticas, sino una revista sobre los libros que circulan. De hecho, el primer eslogan era “todo sobre los libros que nadie puede comprar”.
AP: Sí, creo que la decisión fuerte era seguir los libros. Era una revista que iba a hablar de libros, atrás del libro. En ese sentido era una revista que tenía una idea del mercado importante. Hacer una revista literaria era hacer una revista que tratara de problemas, y para los cuales los libros funcionaran un poco como ejemplos o como campos de batalla. Esto era al revés. Se tomaban los libros, y cada uno escribía sobre un libro en particular que acababa de salir, las cosas más dementes, que tenían que ver con el campo literario, las ideas, las ideologías, pero todo en el libro.
LC: ¿Cómo era la primera tapa? MC: Era una mujer delicadamente bonita con un velo de encaje negro. Una cara un poco misteriosa. Y habíamos robado como dossier , y ampliado, uno que había salido en Liberación, “por qué escribe”. Pero efectivamente, estaba este espacio de libros y todo lo demás: el dossier, la sección “Siluetas” de Luis…
LC: La de Charlie Feilling, el “Cónsul honorario”. Una columna que nos hacía ganar enemigos por todos lados. Era devastador. Estaban los infantiles, o la de Marcelo Cohen desde Barcelona.
AP: La idea era totalizadora: todo lo que sale.
¿Cómo hacían para seleccionar de la vorágine de libros?
MC: Punto uno, la vorágine era mucho menor que lo que puede ser ahora. Después, la formula era mas bien mixta. De vez en cuando venía alguien que decía que quería escribir sobre un libro, y si no cada jefe de sección se llevaba los libros y veía a quién se los enchufaba. Nunca era del todo fácil, aunque siempre pagó la revista. Era un pago simbólico, porque el trabajo tenía que ser remunerado. Lo más difícil de los jefes de sección era ver quién reseñaba qué, aunque después me parece que en algún momento escribir ahí pasó a ser algo que podía dar prestigio. Y después estaba la sección más importante, el libro del mes, que era donde subrayábamos algo. Ahí era casi todo literatura argentina.
AP: Yo tengo una representación muy extraña de la revista. Por ejemplo, me la imagino casi como una especie de organización guerrillera, donde los cuadros inferiores no se conocen nunca entre sí, y está prohibido por la organización. Eso permitía que los cuadros hablaran mal unos de otros. Eso era una de las cosas que más me gustaba de la revista: no saber con quién la hacía. Eso me parecía lo más parecido a una orgía. Me gustaba mucho eso porque me parecía que había como una especie de propuesta de convivencia, de forma de estar juntos. No implicaba una adhesión fuerte a nada,
más que a los propios deseos que cada uno tenía de proclamar tal libro como libro del mes, y a la vez había una coexistencia armónica, porque cada uno tenía un cierto orgullo de estar en Babel.
¿Y contra quiénes escribían? AP: Contra Planeta, Soriano… Yo una vez escribí una nota sobre La ocasión de Saer, y la usé para discutir con Tomas Eloy Martínez. Y yo daba por sentado que estábamos todos de acuerdo.
MC: Si estábamos definidos contra algo, era contra esa gente que había publicado en los setenta un tipo de literatura.
¿Hasta qué punto eran conscientes de la literatura que querían “imponer”?
AP: Me parece que es difícil pensar eso grupalmente, no había un consenso grupal en ese aspecto. Había, sí, unas intuiciones un poco salvajes, que mal que mal terminaban confluyendo en la revista.
LC: Estábamos hartos del efecto residual del boom , también.
AP: Sí, claro, una cosa como la Gran Misión Nacional para la literatura. La identificación de la ficción nacional con los grandes valores políticos, que estaban totalmente en discusión.
Ustedes eran prácticamente inéditos en ese momento…
LC: Nosotros eramos parcialmente inéditos, y había una identificación con Lamborghini, que era voluntariamente inédito. Lo habíamos tomado como bastión. Había algo putrecible en lo que se publicaba en ese momento. Estábamos un poco en contra del mercado editorial, siendo una revista del mercado. Yo no sé cuánto esperaron Martín, Alan o Daniel para que les publicaran sus libros, pero eran años…
AP: Sí, pero a la vez yo no recuerdo que hubiera ningún tipo de queja de que tardaban en publicar. Incluso estabas chocho de que tu novela saliera en Sudamericana, y de que Pezzoni decidiera editar la novela. Era algo genial. En ningún momento para mí eso fue problemático.
LC: Era problemático en el sentido de construir, con libros publicados, algún tipo de canon, o mostrar algún ejemplo. Cuando había salido Babel había tres o cuatro libros de miembros de Babel en el mercado, no mucho más.
AP: Sí, pero también es cierto que para ese momento muchos ya habíamos trabajado en periodismo, y había ahí un capital intelectual acumulado, mucho más importante quizás que el capital literario acumulado. Vos, Martín, habías trabajado mucho en periodismo. Guebel y yo habíamos trabajado en Humor desde el 85. Hay que pensar eso. En Babel confluyen las dos cosas: un cierto deseo específicamente literario, de nosotros como escritores, y después carreras o voluntades de poder periodísticas. Martín y Dorio tenían una apuesta fuerte al periodismo, desde muy temprano, ¿no? MC: Sí, cuando salió Babel nosotros empezamos a hacer también “El monitor argentino”, así que había una especie de ida y vuelta.
AP: Por eso digo que quizás haya que pensar también a la revista como una intervención en el campo de los medios, no solo de la literatura. Sino como qué tipo de periodismo cultural se hace, dónde se pone el foco, qué se mira y qué no se mira. Prestábamos atención a eso también.
¿Y de literatura argentina, de autores un poco más grandes que ustedes, a quién se leía en serio?
AP: Osvaldo Lamborghini para mí fue importante. Cuando se lo leyó, yo sentía que la revista estaba tomando partido, apostando.
LC: Además el libro ni siquiera había salido en la Argentina.
MC: Y estuvo Quique Fogwill, que fue el único que tuvo una tapa existente. Existente e insistente, porque tuvo una tapa porque lo pidió tanto. Me acuerdo una vez que estuve cuatro días afuera, y llegué a mi casa y había 18 mensajes en el contestador. De esos, 15 eran de Quique, que quería salir en la tapa de Babel. Salió la tapa, finalmente, y por supuesto a la semana empezó a hablar pestes de nosotros.
Y con la academia, ¿qué relación había en ese momento?
MC: Yo creo que había una relación más o menos intensa, y no institucional. Pero mucha de la gente que escribía en la revista estaba en la academia. De hecho desde afuera creo que sí se nos relacionaba muy fuertemente con el tipo de pensamiento que se daba ahí.
AP: De hecho, si vos ves cómo quedó la división de aguas, Babel aparece ligada a la academia versus Planeta que aparece aliada al mercado. Y si vos escuchás a Feinmann hoy quejarse porque Beatriz Sarlo no lo enseña en la Facultad, es la actualización de la queja de Soriano, o de Saccomanno. Es el mismo llanto de entonces.
¿Cómo vivían dentro del grupo las lecturas respecto de lo que había sido la dictadura?
LC: Nos parecía oportunista en ese momento específico hablar del tema. No nos parecía que pudiera haber un testimonio que pudiéramos dar nosotros, porque no habíamos sido los más agraviados y ofendidos, mal que mal.
MC: Sí, yo en esa época estaba con la idea de que era una forma muy oportunista de tomarse las cosas. Era una época en la que se suponía que vendía eso, y formaba parte de lo que María Moreno llamó “la pornografía de la tortura”. Todo era “qué desastre, qué horror, qué negro”, y me parecía mejor apartarse de eso.
AP: Yo tengo una impresión muy parecida. Me lo acuerdo mucho en el cine, me producía una especie de ira el modo en el que el cine argentino se había “apropiado” de la experiencia de la dictadura. Ahí la expresión de María, la “pornografía de la tortura”, es perfectamente cabal. Para mí, el ejemplo de eso era una película que la ponía a Eda Bustamante desnuda en un elástico, y la torturaban con picana eléctrica. Eso era pensado, en ese momento por los medios, como un momento de audacia y de compromiso político. Para mí era una mezcla de prostitución, venta de carne podrida, operación comercial. Pensaba: ¿cómo es posible que alguien piense que eso aporta algún tipo de reflexión, o idea, o análisis respecto de lo que pasó? Me pareció que todo era un poco así, y eso fue también un poco el descubrimiento del mercado. En ese momento descubrimos que se podía vender la dictadura. En ese sentido, a mí me parecía mucho más interesante lo que estaba pasando en el presente político –lo que pasaba con Alfonsín, etc.–, que sumarse a esa especie de boom desenterrador que solamente se preocupaba por desenterrar el pasado para exhibir la carne. Había en nuestro caso, entonces, una necesidad de distancia para con eso.
LC: Creo que eso nos valía además la imputación aquella de frívolos, o de europeizantes.
¿Qué tipo de lector percibían que tenía Babel?
LC: Yo no percibía nada. Además, jamás hubiera pensado que eso iba a ser objeto de una mirada retrospectiva. Solamente porque ni siquiera sabí
;a que yo podía proyectarme y tener una mirada retrospectiva. Pero en el momento en que la hacés, es difícil percibir un lector. Personalmente, con las “Siluetas”, sí recibía algunas lecturas.
AP: Yo tenía la impresión de que la revista era como esas reuniones, esas fiestas originales, vueltas públicas. Realmente me resultaba muy difícil pensar que eso pudiera ser consumido por otro. Y en todo caso me parecía que si había un lector, ese lector estaba escondido en la fiesta, en alguna pieza.
LC: Y había oído algo que le pareció que no había salido en la revista.
AP: Me parece que las revistas son como pequeñas sociedades experimentales. Suenan un poco así, más allá del objeto específico que es la revista. Agrupamientos humanos que deciden tener algo en común durante un tiempo, y que establecen ciertas reglas, ciertas relaciones. Cómo puede funcionar eso en ese espacio fuera de la sociedad, y al mismo tiempo dentro de la sociedad, que es una revista. Babel tenía mucho de eso. Compartir algo sin necesariamente tener que estar todos de acuerdo alrededor de algo. Ser militante de la revista sin tener al mismo tiempo ningún énfasis. No saber lo que hace el otro y a la vez estar de acuerdo. O estar totalmente en desacuerdo con lo que publicaban en la página de al lado pero no hacer ningún quilombo por eso. Es muy raro. Era una revista en la que no estábamos todos de acuerdo con todo, pero había una manera de resolver el desacuerdo que no pasaba ni por la hostilidad ni por el pacto ni por la transa. Es raro eso.
LC: Como lo que había hecho Charlie Feilling en la página de poesía. Era un al revulsivo grupo austríaco Gelitin. Cuenta Francesca qa revista nada indulgente. Yo estaba en ese momento trabajando en la industria editorial en una editorial importante, y me traía problemas. Hubo una nota terrible de Graciela Montaldo contra Félix Luna, que era un autor de Sudamerciana. O el propio Soriano, a quien yo tenía que editar. Pero, así como no era nada indulgente, tenía que haber provocado crisis internas. Arturo Carrera, por ejemplo, salía en la revista. Y si salía un libro suyo, Charlie Feilling lo deshacía, sin consultar a nadie.
MC: Estaba pensando, cuando decías lo de Soriano, en una de las escenas que más recuerdo. Yo creo que fue la gran noche de Babel. Habíamos ido a una charla de Alejandro Rossi, en el viejo ICI de Florida. Después de eso nos fuimos a comer muchos, éramos quince o veinte, a la vuelta, un lugar con un entrepiso. Estaba por salir un libro de Soriano, que era el primero que iba a salir en la existencia de Babel. Y nos pusimos todos a discutir qué hacer con Soriano. Le explicamos la situación a Rossi, que estaba ahí, y le preguntamos qué hacer. Porque algunos estaban con que no había que nombrarlo, otros que había que sacar catorce textos destruyéndolo. Fue uno de los pocos debates plenarios que tuvimos. Hasta que Charlie se hizo cargo, y escribió aquella frase que le costara tanta sangre, sudor y lágrimas de “Osvaldo Soriano es a la literatura argentina lo que el menemismo a la política”. Teníamos un problema con Soriano. En la revista teníamos una cosa que se llamaba el “proli”, que era un jueguito en semejanza al prode, pero literario. Eran preguntas con tres opciones, para poner las respuestas, y tenían premio. El primer premio era un libro de Soriano, el segundo premio eran tres libros de Soriano, el tercero eran cinco libros de Soriano. Había problemas con Soriano… pero es que nos había echado a todos de nuestros laburos. Los dos directores y el secretario de redacción; nos había hecho echar a los tres de Página/12.
Y con Planeta, ¿cómo fue la disputa, si es que la hubo?
MC: Mirá, hay un editor argentino que dijo que la única diferencia entre Planeta y Babel es que los de Planeta se reunían en el Queen Bess a las diez de la noche y los de Babel se reunían en el Queen Bess a la una de la mañana. Me parece que está un poco inflada la historia. Teníamos ideas muy distintas de la literatura, pero eso pasa.
AP: Yo me acuerdo de estar muy enojado en ese momento con la batida de parches por la literatura anglo-americana.
LC: El dirty realism , Carver…
AP: Exacto. Me acuerdo estar en contra de la propaganda realismo sucio norteamericano y el dream team inglés que publicaba Anagrama. Era una doxa total.
LC: Me acuerdo de Guebel diciéndole no sé a qué escritor chileno: “vos confundís la literatura universal con el catálogo de Anagrama”. Había una confianza excesiva en esos escritores británicos como Ian McEwan, Martin Amis y, por otro lado, en Carver, Easton Ellis, Ford. Además, parecía sobrevolar ese imperativo de taller litearario: narrar, narrar. Como si uno no hubiera pensado que narrar era, en principio, lo que íbamos a hacer. Así que no nos consternaba. Sí nos consternaba que fuera el único pedido.
MC: O nos consternaba que la condición necesaria para narrar fuera deshacerse de cualquier puesta en escena del lenguaje. Ese era el pedido: para narrar había que adelgazar el lenguaje hasta lo imposible. Bueno, eso no.
LC: Se había multiplicado tanto ese pedido que aparecía un boxeador noqueado y decía “yo lo único que quise hacer fue contar una historia”.
Después llegó la revista V de Vian, que decían: a Babel le falta sexo, política, velocidad, realismo…
AP: Entretenimiento, básicamente.
MC: Hay algo que ahora a distancia me suena atractivo, que es la traicioncita. Porque tenían un lugar donde contaban algunas pequeñas historias sucias de algunos de nosotros. Yo me acuerdo una vez que decían que yo me había colado en un partido de futbol. Decían que había una cola y que yo había caminado por el costado, y yo decía: no puede ser que esto esté impreso.
¿Cómo fue el final de Babel?
MC: Había problemas de plata todo el tiempo, y Punto Sur ya no lo daba para sacarlo. Como último intento, fui a hablar con la gente de Página/12, a ver si no lo querían publicar ellos. Ellos estaban por sacar algunas cosas, creo que en ese momento estaba por salir Página/30. Y entonces hicimos un acuerdo, que lo iban a sacar. Yo recuerdo la alegría con la que me fui a casa ese día, pensando “se salvó”. Habíamos hecho un acuerdo que no estaba mal, por el que ellos se ocupaban. Nosotros le entregábamos la revista hecha, y ellos la imprimían y la distribuían, no tenían ninguna injerencia, cosa que había sido discutida pero que al final habían aceptado. Y el acuerdo tenía una especie de salvaguarda para nosotros, que era que si en algún momento decidían dejar de hacerla, nos tenían que pagar un numero más para tener tiempo de ver cómo nos arreglábamos. Y lo acordamos de palabra. Me fui a casa y me acosté a dormir la siesta de contento que estaba. Sonó el teléfono al rato, y me dijo el gerente de ahí que no lo iban a hacer. Que lo fuera a ver al día siguiente, pero no lo iban a hacer. Lo fui a ver, y me dijo que habían pensado, y que no quería publicar algo en lo que no podí
;an saber qué se estaba diciendo, qué no se estaba diciendo. Recuerdo que tuvimos una discusión delirante, en la que él decía “bueno, nos hacemos cargo de la cláusula y les pagamos un número de la revista”, y yo le decía pero sabés qué, yo la estoy pasando horrible en este momento, me estás haciendo sufrir muchísimo. Que salga un número más me da igual, lo que yo quiero es algo que compense de algún modo el sufrimiento que me estás produciendo. Y él no entendía esa argumentación comercial. Me decía “qué querés, ¿que te presente a mi hermana?”. Eran unos términos de negociación que no funcionaban. Nos dieron la plata, y le dijimos al dueño de Punto Sur que teníamos plata para un número más. La plata se la daban a él directamente. Se la dieron, y nunca salió el último número. El último número de Babel quedó en películas. Seguramente que en algún lado debe estar ese último número que nunca llegó a salir.
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