Adriana Calcanhotto: La melodía de las palabras
La cantante y guitarrista Adriana Calcanhotto recibe a Clarín en su ciudad adoptiva de Río de Janeiro antes de sus nuevas actuaciones en la Argentina, el jueves 30 en Buenos Aires y el viernes en Rosario, para presentar su flamante disco O micróbio do samba .
La cita es en el Parque Lage, una de las tantas exhuberancias naturales de la Ciudad Maravillosa, pero a Calcanhotto la casilla del jardín parece atraerle más que el jardín mismo y le pide al fotógrafo hacer unas tomas sobre un fondo de chapa verde y amarillo.
Su estilo es urbano. El fotógrafo (brasileño) acepta el desafío porque se da cuenta de que ella brilla en cualquier lado. Calcanhotto tiene una luz extraordinaria en su sola presencia y en su arte. Nacida en 1965 en Porto Alegre, hija de un baterista de jazz y una bailarina, Calcanhotto es una de las voces más originales de su generación, lo que no sólo tiene que ver con su particular genio artístico sino también con una cierta reserva expresiva, reserva que tal vez nada defina con más precisión que una hermosa canción suya llamada Minha música (Mi música).
Vale la pena reproducir un pasaje: “Mi música no quiere ser ser sujeto/No quiere ser historia/no quiere ser respuesta/no quiere preguntar(…) Mi música quiere sólo ser música”.
La idea de “Minha música” ¿se limita a una canción o es un pequeño manifiesto? En cierta forma es un manifiesto. En verdad, esa canción nació como una respuesta a mi padre, que decía que yo respondía a las preguntas sobre lo que componía sólo con negaciones. Entonces la escribí especialmente para él, que además toca la batería en la canción.
Ese postulado, ¿se transmite también en una manera de cantar? Seguramente sí, aunque no de una única manera. En verdad, hice muchas tentativas diferentes. A veces era un vuelo ciego, en el sentido de no pensar en el velo de la voz, en la cobertura de la voz. Era bastante arriesgado. En ese punto ya fui más radical que hoy.
¿Con qué cantantes se siente más identificada en este punto? Por un lado, con Maria Bethânia, por la fuerza del texto, de la sílaba…
Pero Bethânia es una cantante mucho más teatral y dramática que usted…
Sí, desde ya, pero lo que me une a ella es que es el texto el que mueve el canto, no la búsqueda de un ideal estético ni la belleza de la voz. Esa cosa que tenía ella, que cuando era chiquita se ponía una cacerola en la cabeza para oír el sonido de la propia voz, y se quedaba encantada con el sonido de su voz en bruto: eso es algo maravilloso… es algo que no existe. Además de Bethânia, en este estilo de un cantado sin ornamento, más bien silábico, debería citar la estética del poeta Augusto de Campos, la idea del canto hablado.
En su último disco usted le dedica una canción (“Beijo sem”) a Marisa Monte, que representa un estilo lírico muy diferente, si no opuesto al suyo…
Es que el canto de Marisa es naturalmente así, muy estilizado, muy bello. La canción está especialmente pensada para ella, para su voz.
¿Y cómo es escribir una canción para un estilo tan distinto al suyo? Es mucho más fácil que para mí, mucho más fluido. Es como cantar para afuera.
O micróbio do samba es, efectivamente, un disco de samba, cuyo título proviene de una declaración del sambista gaúcho Lupicinho Rodríguez (“un microbio que nació conmigo y que no me abandona, y cuanto más viejo más se apodera de mí”).
¿Cómo se le ocurrió hacer un disco de samba? Jamás imaginé que haría un disco de un género. Nunca pienso en géneros. Pero me di cuenta de que hace ya un cierto tiempo, todo lo que he venido produciendo son de alguna forma sambas. Es como si todas mis composiciones tuviesen un samba adentro. El primer samba que hice para este disco fue el de Mart’nália, Vai saber? Mart’nália es la hija de Martinho de Vila. Tiene un swing increíble y nació en la cuna del samba. Ella me había pedido una canción, no un samba, pero yo le escribí un samba sin quererlo, al menos no de manera consciente. Después fueron saliendo los otros. En un momento me di cuenta de que tenía una zafra de sambas. No era un disco, pero sí una zafra. Ahí lo llamé a Doménico (Lanzellotti, percusionista y arreglador) y le dije que quería registrar eso. Más o menos por esos días me encontré con la declaración de Lupicinho sobre “el microbio del samba” y me dije, bueno, ya está, esto da samba… Fue saliendo, no se planeó. Doménico toca con solo dos piezas de la batería; está el bajo acústico, yo con la guitarra. Esa es la base. Cada uno trajo lo suyo, sin planes, sin determinaciones previas.
¿Cómo compone? ¿Cómo es la relación música texto? No es siempre igual. Por lo general, una idea comienza a desarrollarse. La gracia es ir cambiando una nota de lugar, una sílaba de lugar. No hago una melodía completa para después poner la letra. Eso no existe para mí. Tampoco lo contrario: jamás hice una letra para después ponerle música. La mayoría de las canciones nacieron con el instrumento, la guitarra, y siempre muy cerca del habla .
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