ASEGURAN QUE LOS BEBÉS EMPIEZAN A ADQUIRIR LENGUAJE A LOS 10 MESES
Desde que balbucean ajó hasta que dicen mamá y papá y luego pueden pronunciar el nombre del resto de sus familiares, los bebés protagonizan una aventura que ninguna otra especie en el mundo puede repetir: la construcción y desarrollo de un lenguaje propio.
“Todavía hoy es un misterio cómo y cuándo los chicos adquieren esa capacidad, una característica única que claramente diferencia a nuestra especie de cualquier otra en el mundo y que permite el pensamiento y el consiguiente desarrollo de la cultura”, remarca Enrique Abeyá Gilardon, secretario del comité nacional de crecimiento y desarrollo de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP).
Cada año, desde los diferentes centros de investigación en neurolinguística, se revelan detalles de ese enigmático proceso. La novedad esta vez fue divulgada por investigadores de tres universidades de EE.UU.: Temple, Delaware y Evansville. Allí, luego de estudiar (cualitativamente) a bebés de hasta un año de edad, concluyeron que pueden escuchar y aprender las primeras palabras alrededor de los 10 meses. Es decir, más temprano de lo que se creía hasta el momento.
Aunque a esa altura, cabe aclarar, sólo pueden adquirir aquellas que identifican a objetos que despiertan mucha atención. Lo que interesa menos se asimila recién hacia los 18 meses. “El interés de los chicos está focalizado y se nota que están acostumbrados a asociar objetos con palabras porque los propios padres se encargan de estimularlos de esa forma cuando, por ejemplo, toman un juguete y les dicen qué es o cómo se llama”, dijo Kathy Hirsh-Pasek, codirectora de la investigación, en el momento de la presentación del estudio, publicado en el Journal Child Development.
“Más allá de hablar de fechas exactas, conviene saber que la construcción del lenguaje es un proceso continuo que no puede identificarse con un punto o hecho en especial. Incluso hay evidencias que señalan que los bebés pueden identificar el sonido de su mamá o papá aun antes de su nacimiento. También se dice que hasta pueden tranquilizarse, cuando son muy chiquitos, oyendo el ritmo cardíaco de su mamá y no el de otra mujer”, advierte Abeyá Gilardon.
En esa relación con sus padres está una de las claves fundamentales del aprendizaje. Es porque los adultos pueden resignificar lo que los bebés observan y asimilan. Y para ejemplificar esa situación vale el dato publicado en los archivos de la SAP. Allí se comenta que hay algunas similitudes entre los bebés y las aves canoras respecto de este tema.
Los chiquitos captan y acumulan el “habla” que oyen en su ambiente y detectan los fonemas a partir de su frecuencia y repetición. Luego, por imitación, comienzan a producir esos sonidos y fonemas con la entonación y ritmo que son propios del lugar en donde viven. Las aves, por su parte, acumulan en su memoria las notas del canto de los ejemplares adultos, así como los silencios entre las notas, y las características propias de la entonación de su especie. Después, igual que los chicos, imitan, y tras un proceso de retroalimentación por ensayo y error, cantan.
En bebés y aves el contacto con adultos es fundamental. “Se precisa de la interacción y apoyo comunicacional, en especial de la madre, para avanzar en el proceso de construcción del lenguaje, particularmente en los primeros años de vida. En la etapa de balbuceo, cuanto mayor es esa interacción, el bebé realizará más y mejor la vocalización, con sílabas más resonantes. De allí la importancia de los lazos tempranos”, explica Abeyá Gilardon.
Por ejemplo, en ese momento que afloja las mandíbulas, cuando el bebé dice “mamá”, está presente la capacidad espontánea del chico en pronunciar dos sílabas que no les presentan un escollo difícil de sortear. Pero la significación de la palabra sólo puede ser transmitida por los propios padres. Es la mamá, con su cara de “ay, dijo mamá”, la que le trasmitirá el bebé la “importancia” de esas cuatro letras. Algo que el bebé recién incorporará cuando esté cerca de cumplir el año de vida. Antes de esa edad, tal vez hasta le diga mamá a otra mujer. Sólo después del año pronunciará la palabra con la certeza de que se refiere a “su” mamá.
“Por eso es importante que los bebés estén siempre en compañía de los adultos o de otros chicos, en un ambiente donde los sonidos estén presentes”, sugiere Abeyá Gilardon.
El proceso es complejo y continuo. Los prepara poco a poco para, en el futuro, animarse a abandonar el nido. Como las aves.
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