Con Fianza
La economía argentina tiene a su piloto en automático, mientras el país es un dron -eventualmente- monitoreado desde las oficinas del FMI en Washington
Pablo Benito
El día después de ser electo presidente, Macri manifestó que su plan se basaba en “…restablecer la confianza, que es ese elemento vital que mueve a una sociedad”. En dos años y medio esa “confianza” no se consiguió y, lo que es peor aún, se instaló la “desconfianza” en un sistema político en crisis en el que no aparecen opciones creíbles. No en vano el consejo de los consultores a los máximos referentes políticos es el silencio. Es que cualquier palabra que se pueda decir, en un contexto de caos, la realidad se encargará de transformarla en una mentira.
Las elecciones de medio término celebradas en la Argentina hace menos de un año demostraron la firme intención del electorado, de “querer creer” en el gobierno de Cambiemos.
En la corta, la estrategia podía ser astuta y eficaz pero en el mediano plazo apenas servía para demostrar que la voluntad popular “confiaba” en su presidente aunque ese apoyo no era rotundo, festivo ni positivo.
Esa arquitectura de marketing puede servir para vender un producto en una campaña publicitaria pero, no en vano, no existen estrategias propagandísticas que se mantengan, indefinidamente, en el tiempo. Se trata de un andamiaje subjetivo por lo que lo objetivo, la realidad, se encarga de desenmascarar la precariedad de los argumentos si ésta es apenas una expresión de deseo.
“¿Y dónde está el piloto?”
Los últimos cambios en el gabinete y el regreso al FMI, podrían operar como una recuperación de la esperanza, más no de la confianza, en el comandante de éste sus 6, 7, 8. Tal es el caso de Lanata quien realizó uno de los reportajes más pobres de su carrera periodística en un “cara a cara” con un máximo mandatario nacional. Es que no había mucho margen de acción más que el recurrente slogan y alusión al pasado infernal.
¿Qué más se puede decir? Vidal calla, CFK calla, Peña calla, Massa calla, Scioli calla, Randazzo…, hasta Aníbal Fernandez se llama al silencio y, para peor, las dos voces que predominan en el ámbito político son las de Elisa Carrió y Moyano, rebajando un debate necesario sobre “¿qué?, ¿cómo? y ¿hacia dónde?”, y quedan revolcados en un barro sin el menor vuelo ni chance de alcanzar altura.
El quién está fuera de discusión para la sociedad argentina, es Macri y, excepto que él mismo disponga lo contrario, es el conductor designado, el piloto de este avión que no puede cambiar de mando en pleno vuelo. Pero no está, no dice nada incluso cuando habla.
Recuerdos del futuro
El martes 24 de noviembre de 2015, horas después de imponerse en el Ballotage a Daniel Scioli, Mauricio Macri, concedía un reportaje al Diario La Nación, en el que describía e imaginaba lo que estaría sucediendo hoy. Sus conceptos más fuertes fueron los referidos al dólar y la inflación con un plan para abordar lo que se sostenía en “no hacer” para que sea el mercado quien dirija.
Cuando se le preguntó ¿cuál era la principal urgencia económica? Macri respondió: “Tener un plan que reduzca la inflación, el gran mal que nos ha carcomido por dentro. Es una estafa de un mal gobierno. Desde siempre. Hay que bajarla”.
Hoy, Macri, hablando de “otro” gobierno debería concluir que lo vivido, del 10 de diciembre de 2015 a la fecha, ha sido “la estafa de un mal gobierno cuyo plan no bajó la inflación manteniendo el mal que carcome por dentro al país”.
Queda claro que el actual presidente tiene que gobernar en una realidad internacional que podría parecer caótica, sin dejar de ser previsible. Cuando las economías centrales se cierran con sus estados interviniendo, fuertemente en su economía -como lo hace el EEUU de Trump, o la Gran Bretaña del Brexit y un jamón del sándwich como la comunidad europea, que queda entre los sajones occidentales y los cuentos chinos del gigante asiático- el destino de los países periféricos, productores de materia prima, es la crisis estructural. “Competir” bajando precios se traduce en bajar costos, lo que se consigue al reducir el costo impositivo directo, que recaerá sobre el desfinanciamiento de un Estado que pierde capacidad de intervención para corregir asimetrías productivas. En ese contexto que el piloto sea un presidente o el cuaderno de tareas del FMI, daría exactamente el mismo resultado. Argentina hará lo que le corresponde hacer a esta parte del hemisferio latinoamericano en las próximas décadas.
¿Cómo nos ven?
El ombliguismo argentino, tan tanguero y presumido, pregunta primero ¿cómo nos ven a los argentinos afuera?
Esa característica llevó a nuestro presidente al discurso local de la visión exterior. Claro, dos años dándole intereses en dólares, únicos en el mundo, a través de las Lebacs hizo que los capitales golondrinas se enamorasen de nuestro sistema financiero y salieran a dar una vuelta en bicicleta por los bonos hasta que -como todos los niños ricos con tristeza- se cansaron de pedalear y se compraron una moto para usar en sus naciones de origen.
La BBC inglesa -no Página 12 ni El Destapeweb- realizaba, a principios de año y sin que se produzca aún la debacle por la que estamos transitando, un informe en donde se permitía describir a nuestro presidente como “un empresario de centro-derecha, que enfocó su política económica en recuperar la confianza, saldar cuentas con los mercados internacionales, financiar el déficit fiscal con emisión de deuda externa y promover las inversiones para fomentar el empleo y el consumo”.
Si bien el gobierno insiste en atribuir la suba del dólar al contexto internacional, sus críticos le achacan que su política de ajuste -conocida como el gradualismo- no solo es limitada, sino que ha afectado a la mayoría de los argentinos.
Aunque todas las monedas de la región sufrieron devaluaciones durante los últimos meses, “la Argentina no solo ha sido la mayor, sino que prendió las alarmas sobre una economía que no termina de ordenarse tras las reformas que aplicó Macri en dos años y medio de mandato”.
Dejame a mí
A los argentinos -clase media- nos suena a cacerolas la palabra FMI. Lo cierto es que no se trata de la desconfianza de los “nativos” lo que impulsó al gobierno a ceder la soberanía monetaria y fiscal en los tecnócratas del Fondo Monetario Internacional, sino la falta de credibilidad del gobierno aborigen hacia el exterior, dadas las señales de los últimos meses que terminaron de escribir una crónica ya anunciada. Entre confiar en el Tesoro de EE.UU. -dólar- y apostar al Estado Argentino -Lebacs, plazos fijos, etc- los operadores financieros y económicos decidieron el argumento que viene abordando la “profecía autocumplida” de las últimas décadas.
Tal es así que el propio informe del FMI, que acompañaba el acuerdo con el gobierno nacional, incluía un pronóstico que fue, finalmente, quitado del documento. Creen que Argentina va a caer en recesión en los próximos meses. Lo habían expresado por escrito en el comunicado que se difundió desde Washington el jueves pasado, el día en el que se anunció el acuerdo. Sin embargo, ese párrafo fue suprimido de la declaración oficial de Christine Lagarde.
El comunicado aseguraba que “si las condiciones sociales empeoran, la economía se desacelera o el desempleo sube más rápido de lo previsto actualmente, existen disposiciones para incrementar más la asignación presupuestaria dedicada a las prioridades sociales”. La corrección hizo un toque y no de estilo, eliminando la frase “la economía se desacelera o el desempleo sube más rápido de lo previsto actualmente”.
Lógicamente, nadie está obligado a declarar contra sí mismo, el reconocimiento de que la suba del desempleo podía ser más o menos rápido de lo previsto, implica confesar que dentro del acuerdo entre las medidas propuestas se encuentra la consecuencia cierta de una baja de los índices de empleo.
Ocurre que los economistas del FMI pronostican meses duros para la economía argentina, con una preocupante caída del nivel de actividad.
Como buen periodista, Dujovne, es el elegido para comunicar -como propia- la política sugerida por el FMI, a cambio de no correrle el banquito a la Argentina cuando está parado sobre él y con la soga al cuello.
Ell documento con el Fondo establece como objetivo, para este año, una inflación de 27%, con dos alertas rojas de superarse esa barrera: 29% y 32%. Si se perfora el 29 %, el BCRA reformulará con los tecnócratas del FMI cómo corregir. Si 2018 cierra con una suba del 32 %, el memonrandun entre el FMI y el Gobierno deberá reveerse en su totalidad. Por los demás para modificar las tasas de interés el Banco Central deberá consultar con el Fondo. Lo que, en sí, cumple con el viejo anhelo de independencia del BCRA del Ejecutivo nacional… pasando a ser un anexo directo de Washington.
Respondiendo entonces a la pregunta inicial, el piloto hoy está en la Casa Rosada, pero la economía se ha transformado en un dron conducido desde los despachos del FMI en Washington. La diferencia, con otras épocas, es que el propio presidente necesita persuadir que no es él sino el Fondo quien garantiza la política económica, dado que -evidentemente- percibe que ha perdido credibilidad siendo los cambios de gabinete el reflejo de la auto percepción del desgaste de no haber “pegado una” en su gestión al mando del mejor equipo de los últimos 50 años. Vanidad que hoy juega en contra cuando debe ir a buscar la pelota al fondo de la red sin poder evitar la goleada.
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