Sorpresiva confesión
Colastiné: un hombre confesó un crimen y se entregó un año después
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Un joven de 21 años se presentó en la comisaría y admitió haber matado a César García en barrio San Agustín II.
A veces, la memoria del crimen no descansa en expedientes ni en legajos judiciales, sino en la conciencia de quien carga con él. Y ese peso fue el que, este miércoles por la tarde, empujó a un joven de 21 años a cruzar la puerta de la comisaría 28ª de Colastiné Norte para confesar lo impensado: haber matado a un hombre hacía un año, en el barrio San Agustín II.
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Eran las 16 horas cuando irrumpió en la dependencia policial. No venía esposado ni traído por nadie. Llegó por voluntad propia y, con la calma extraña de quien parece descargarse de un secreto corrosivo, dijo: "Yo maté a César García".
El nombre resonó como un eco incómodo entre los policías de guardia. Porque ese crimen —ocurrido el 24 de agosto de 2024 en Ceferino Namuncurá al 7200— había quedado como un misterio con olor a archivo muerto. Aquella tarde, García, de 40 años, cayó en plena calle con un balazo en el pecho. El tirador había escapado hacia Camino Viejo a Esperanza y, tras algunos rastrillajes, todo quedó en nada.
Un vecino, testigo involuntario de la escena, aún recordaba la imagen del cuerpo tendido mientras los patrulleros llegaban tarde y los médicos confirmaban lo irreversible. Desde entonces, el caso había quedado congelado en los estantes de la Fiscalía de Homicidios.
Pero el miércoles, el silencio se rompió. El muchacho pidió declarar y su confesión fue elevada de inmediato al fiscal Andrés Iglesias, quien ordenó detenerlo y desempolvar la causa. También dio la instrucción de buscar a la expareja del acusado, que podría arrojar una luz sobre las sombras de aquel homicidio.
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Ahora, los investigadores intentan responder las preguntas que flotan en el aire: ¿qué motivó al joven a apretar el gatillo aquella noche? ¿Actuó solo o hubo cómplices invisibles? ¿Y por qué esperar un año para confesar?
Las respuestas, como siempre, serán parte de esa trama ambigua donde el crimen nunca termina de morir, aunque los expedientes digan lo contrario.