"De la vidala a la chaya", una obra de Pancho Cabral
Con varios libros en su haber que abarcan el relato y el análisis de los mitos de su provincia, La Rioja, Cabral integró grupos musicales de gran resonancia en el panorama folklórico nacional como Los Huanca Huá y Los Andariegos, antes de seguir su camino como solista.
En su ensayo "De la vidala a la chaya" -editado por el sello rosarino Ciudad Gótica- Cabral analiza la formación y el desarrollo de la vidala chayera originada en el cruce entre la vidala y la tonada.
Entre las motivaciones que lo llevaron a escribir este libro, subraya: "Hay en nuestra provincia un acentuado desconocimiento sobre el tema, y cantar y componer sobre lo propio navegando a la deriva; sentí la obligación de dejarles algo a las nuevas generaciones". Y ya adentrándose en el tema, explica: "La vidala chayera se canta entre Catamarca y La Rioja, aquí nace y desde aquí parte. Los músicos argentinos están conociéndola, intuyo que la aman pero no la comprenden; es lógico, no la viven como nosotros; diría que les falta harina, albahaca y acequia; eso se adquiere carnavaleando".
Sobre la chaya convergen formas musicales que a ratos parecen superpuestas; tal el caso de la vidala y la baguala: "Comparten el mismo ancestro, son de la misma familia, aunque se las ha ubicado por regiones, para una mejor comprensión: baguala en Salta y Jujuy, y vidala en Tucumán y Santiago", sostiene Cabral Y añade: "Y vidala, vidala andina, vidalita montañesa, en Catamarca y la Rioja. Son todas vidalas, pero, cada una con su acento, con su paisaje, con golpes diferentes de caja o tambor".
Para definir a la vidala chayera, el ensayista deja paso al poeta: "Diría que es una alegría que se canta, que se juega, que se salta, que se encuentra, que se danza, que se vive, que se ama" Y retoma el tono del investigador para definiría: "Como un modo regional sistematizado, que conjuga elementos variados en la formación de ese sistema. Es un ritmo que no tiene coreografía, por lo tanto no está ligada a ninguna normativa, es un canto libre, pues, ninguna vidala chayera es igual en su estructura poética".
No cabe duda de que en la chaya se cruzan la fiesta y ritual; Cabral alude ahora a los vínculos con ceremonias indígenas, y también de una historia con rastros diaguitas e incaicos.
"Sí, la chaya que en su sentido actual es un juego, tiene su origen en un ritual agrario, un canto a la vida, de agradecimiento a las buenas cosechas y de rogativas por las que vendrán".
"Los rastros incaicos -subraya- los encontramos en esas ceremonias, en las divinidades diaguitas, en nuestro `Topamiento`, que llega desde el Perú con su origen en una celebración denominada `trompiezo` o `tropiezo`, ambas tienen idénticas características".
Un instrumento musical se impone: la caja; según el músico, un elemento fundamental en la vidala: "Sin ella nuestro canto andaría en el aire sin sones donde apoyar su tristeza y su alegría; estaba en las fiestas de antaño y sigue estando. Con la conquista llegó el tambor y se incorporó el bombo legüero, pero el sonido fundamental de las vidalas anónimas y las compuestas hoy con esas estructuras, es la caja".
Un punto central del libro "De la vidala a la chaya" es el carnaval calificada por el autor como "la fiesta máxima del noroeste; su tiempo es febrero, y sus símbolos, la albahaca, la harina, la caja o tambor, el bombo y la guitarra".
"El nombre `carnaval` es europeo; eran rituales agrarios a los cuales la Conquista les puso el diablo para exorcizar una celebración pura y llamarla pagana. Actualmente a ese chayar -que viene del quichua: `chayai`: jugar, rociar- se lo llama carnaval, y carnaval o chayar, es jugar y divertirse cantando vidalas chayeras".
Cabral se entusiasma enumerando a los cultores principales de la chaya riojana: "Hay que partir de Eusebio Zárate, los hermanos Peralta Dávila, los hermanos Albarracín, Los Troperos del Huayco, Don José Oyola. Más actuales: Ramón Navarro, Julio Olivera Chazarreta, Edmundo `Pimpe` Gonzales, `Pica` Juarez y Luis Chazarreta, entre muchos".
El libro abre debate al aludir a una supuesta disputa regional, en rechazo a una Rioja cuyana, del "nuevo Cuyo", que Cabral atribuye a "un invento" de los gobernadores de San Luis, San Juan y La Rioja, por cuestiones de coparticipación Federal y "dividendos".
"La Rioja no es cuyana -insiste-, así como ni San Luis ni San Juan son del noroeste", y parafrasea al catedrático mendocino, Adolfo Cueto, para admitir que existen "zonas grises" de convivencia, zonas limítrofes donde la cercanía permiten el intercambio de códigos y fenómenos culturales que hacen que convivan tonadas en los llanos riojanos y sones riojanos en algunos pueblos de San Juan o San Luis".
Un punto sustancial del libro es el de la copla, todas entre el ingenio popular y una sabiduría no exenta de humor: "Enfermo estoy no sé cómo/ nacido de un no sé qué/ yo sanaré bien sé cuándo/ si me cura quien yo sé", glosa Cabral, y concluye: "La copla llega con el romancero español y parece después en las vidalas anónimas estudiadas por Carlos Vega e Isabel Aretz Thiel; nuestros pueblos le pusieron su tono, su modo, su paisaje; con el tiempo esas estructuras fueron dejadas de lado y apareció el canto libre de la vidala chayera".
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