El caso ARA San Juan en la era de la posverdad
Opinión. La desaparición del ARA San Juan nos interpela. ¿Cómo informar responsablemente sobre un caso donde lo que prima es la desinformación?
Por Analia De Luca
Investigar cualquier caso que incluya información oficial clasificada, es, cuando menos, el máximo sueño de cualquier periodista: como en una película, el héroe solitario, a lo sumo acompañado por uno o dos contactos confiables, logra sortear un sinnúmero de obstáculos, trampas, amenazas y peligros y consigue hallar ese documento que, finalmente, destapa la olla; luego, la evidencia comienza a tomar su lugar en el intrincado rompecabezas y el caso se termina resolviendo casi por sí mismo.
Pero, en el caso de la desaparición del ARA San Juan no hablamos solo de información oficial clasificada, sino de la verticalidad y clausura de las Fuerzas Armadas; no hablamos solo de burocracia sino de la dificultad del acceso a los lugares físicos y simbólicos donde se procesa y reguarda esa información. Además, el submarino desapareció en los 354.700.000 kilómetros cúbicos de agua del océano Atlántico.
En el caso del ARA San Juan, el periodista no puede acercarse a un funcionario o un vecino a preguntar qué pasó. No podemos esperar conocer el precio de la nave ni su equipamiento, si llevaba armas nucleares, el objetivo de su misión, el nombre y rango de los responsables en tierra y, por lo visto, tampoco conoceremos su paradero.
La desaparición del ARA San Juan nos interpela como responsables de la transmisión de datos. El término desaparición es –en el imaginario argentino- una palabra que agrieta socialmente. Las desapariciones en nuestro país no están restringidas a la última dictadura militar, ni mucho menos: en nuestra provincia, actualmente -según el registro web del Ministerio de Justicia- hay 29 personas buscadas. Sin embargo, cada desaparición despierta siempre suspicacias y teorías alternativas que, generalmente, desprestigian a la propia víctima. Entonces, desde el vamos, la tarea periodística de informar una desaparición en nuestro país comienza por despejar estas suspicacias y transmitir información sensible con mucho respeto por el entorno íntimo de las personas buscadas. Y, en este caso, no hablamos de una persona que “probablemente” se fue con su amante, sino de una nave arma de propiedad pública y de 44 tripulantes cuyas familias, lógicamente, ya no esperan, pero sí exigen una respuesta sobre su desaparición. Pero ¿cómo informar responsablemente sobre un caso donde lo que prima es la desinformación?
En la era de la posverdad, la desaparición del ARA San Juan ha sido, desde el minuto uno, un caso testigo del fenómeno fake. Los medios del interior del país no hemos hecho más que replicar la información que el Gobierno suministraba a los mega medios nacionales, mientras la hipótesis principal mutaba regularmente, y, con el correr de los meses, el goteo de datos se aguaba entre la vorágine informativa del día a día y las publicaciones nacionales sobre la búsqueda de los restos del monstruo metálico se espaciaban cada vez más en tiempo y espacio. Supuestas filtraciones de burócratas anónimos contradecían la sospecha de turno y los familiares apoyaban una u otra línea investigativa según sus propias últimas experiencias y contactos con los tripulantes de la nave.
La lejanía geográfica y simbólica de las bases de la Armada en Ushuaia y Península de Valdés son un obstáculo gigantesco para un investigador de a pie. El “teléfono descompuesto” de las réplicas en las redes sociales también hicieron lo suyo. El fantasma de un “amigo – enemigo” externo que hubiera podido atacar por error, o no, al submarino y su tripulación, siempre subyacente, abría la puerta a la posibilidad de consecuencias de orden internacional y, luego, algunas negociaciones no del todo bien explicadas entre el Estado y países o corporaciones que tienen intereses en nuestras aguas e islas aumentaban la confusión. Todo puede ser, y, a la vez, todo resulta descabellado. ¿Podría haber sido una falla técnica? Sí, de hecho, hubo irregularidades en el mantenimiento de la nave. ¿Podría haber ocurrido un ataque extranjero por error que, luego, se intentó esconder? Claro que sí. ¿Podría haber ocurrido un ataque extranjero con el propósito de evitar que la tripulación diera testimonio de irregularidades diplomáticas? Por supuesto. ¿Se encuadra la desaparición del ARA San Juan en la ola de fallas técnicas de naves militares – aviones, helicópteros – con resultados nefastos que reflejan los diarios internacionales? Podría ser…
Las desapariciones en nuestro país no están restringidas a la última dictadura militar, ni mucho menos: en nuestra provincia, actualmente -según el registro web del Ministerio de Justicia- hay 29 personas buscadas. Sin embargo, cada desaparición despierta siempre suspicacias y teorías alternativas que, generalmente, desprestigian a la propia víctima.
En el caso del ARA San Juan, el periodista no puede acercarse a un funcionario o un vecino a preguntar qué pasó. No podemos esperar conocer el precio de la nave ni su equipamiento, si llevaba armas nucleares, el objetivo de su misión, el nombre y rango de los responsables en tierra y, por lo visto, tampoco conoceremos su paradero. Si algún funcionario lo comentara, sería con resguardo de identidad y, llegado el caso, lo negaría, convirtiendo así la información en otro trascendido que contribuya a la construcción de la posverdad.
En el caso del ARA San Juan, hay un secreto de Estado que es caldo de cultivo para la hipótesis, la charla de café y el futuro desinterés de la opinión pública. Así como ocurrió con el atentado a la AMIA, la muerte del fiscal Nisman, la desaparición de otros muchos argentinos…Siempre habrá gente que quiere saber y siempre habrá gente que no desea que se sepa. Y siempre habrá un periodista soñando con ser el que destape la olla.
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