EL INANALIZABLE
LACAN, EL SILENCIOSO
La ambigüedad se hizo carne en Lacan, quien llevó una doble vida junto a su esposa oficial, Marie Louise Blondin, y su mujer paralela, Sylvia Bataille, ex esposa de Georges, con quien entablaría una fuerte amistad años más tarde debido a sus simpatías intelectuales. De él tomaría su interés por Sade.
Contrariamente a Freud, quien escribió su auto-biografía para que la posteridad conociera su vida y obra, Lacan prefirió el silencio. Un silencio que se hizo tan material que sus textos más conocidos –sus seminarios- ni siquiera fueron escritos por él. Algunos dicen que tenía un problema que le impedía escribir; no podemos saber si se trata de otro mito más sobre su persona. Las versiones de los seminarios de Lacan que nos han llegado provienen de lo recogido por una estenotipista en una pequeña máquina portátil. Sus clases eran orales; esta máquina registraba sus palabras que eran transcriptas -en un lenguaje ilegible para el no especialista-, decodificadas y dactilografiadas. También se cuenta con algunas notas de los concurrentes a los seminarios.
Ávido de saber, e interesado en darle un carácter científico al psicoanálisis, convocaba a los mejores físicos y matemáticos de su época, con quienes compartía un desayuno y se empapaba de los teoremas y presupuestos de las llamadas ciencias duras. Pretendía construir un álgebra del psicoanálisis; cosa que nunca logró, a pesar del desarrollo de sus matemas. Por su formación, su inteligencia y su proveniencia de una familia pudiente, se relacionó con los pensadores y artistas más destacados de su época.
“EL CONFUNDIDO SIGUE PENSANDO”
Soberbio, arrogante y completamente convencido de su superioridad intelectual, Lacan no pretendía hacerle las cosas más fáciles ni a sus alumnos, ni a sus pacientes –término que él rechazaba por considerar que tenía una connotación pasiva, cuando, en realidad, consideraba que le correspondía un trabajo sumamente activo-, ni a sus colegas. No se preocupaba por que sus alumnos lo siguieran durante sus seminarios. Por el contrario, cuando alguno de ellos aseguraba haber comprendido la lección, Lacan buscaba la forma de dar vuelta lo que había explicado para confundirlo y que su oyente terminara admitiendo que no había entendido nada.
“El confundido sigue pensando” podría ser tomado como la idea rectora de sus seminarios… y del psicoanálisis. Cuando uno entiende, cierra y deja de pensar. Por el contrario, el psicoanálisis parte de la idea de que el deseo es escurridizo, así como el sentido. Por ello, requiere de un ejercicio de introspección, una actitud reposada y ensimismada, un repliegue narcisístico continuo. En este sentido, contrariamente al “boom” por psicoanalizarse, esta práctica no condice con los tiempos de nuestra sociedad. Es un proceso extremadamente lento, que puede llevar una vida. Cuando alguien toma 8-10 sesiones –las cuales pueden ser consideradas, según el sentido común, como la media para tratar de resolver algún problema- para el psicoanalista no constituyen más que la entrevista preliminar. Esos son los tiempos del psicoanálisis.
LACAN Y LA TERAPIA
A los 31 años comenzó su análisis con Rudolph Loewenstein, quien era considerado el mejor psicoanalista del momento. Pero sólo duró seis años, ya que Lacan consideraba que Loewenstein no era lo suficientemente inteligente para analizarlo a él. A lo cual Loewenstein respondió que Jacques era inanalizable.
Cuenta una anécdota que, cuando Lacan ya era un terapista reconocido, un joven viajó desde Suiza exclusivamente para hacerse tratar por él. Cuando Lacan le preguntó el motivo de su consulta, intimado por su presencia, el joven respondió que no sabía por dónde empezar. Lacan dio por finalizada la consulta.
Si bien Lacan retoma a Freud para encauzarlo –ya que consideraba que sus seguidores se habían apartado de las enseñanzas del padre fundador- se diferencia de éste. Y un ejemplo de ello lo constituye el dispositivo lacaniano utilizado durante la sesión de psicoanálisis –lo que Freud llama el encuadre. Lacan focalizaba su atención a nivel del lenguaje, en las relaciones sintagmáticas y paradigmáticas –no olvidemos la importante influencia que ejercieron en su teoría los conceptos de la lingüística de Ferdinand de Saussure-, pero, sobre todo, en el valor homofónico de las palabras. A través de los juegos de sonidos pueden transmitirse mensajes del inconciente, el cual -según Lacan- se encuentra estructurado como un lenguaje.
LEGADO FAMILIAR
En su testamento, firmado el 13 de noviembre de 1980 –poco menos de un año antes de su muerte- designó a su yerno Jacques Miller como ejecutor testamentario en lo que concierne a su obra publicada y no publicada. Según la ley francesa del 11 de marzo de 1957, se estipula el “derecho moral” sobre una obra. De esta forma, por decisión testamentaria del propio Lacan, la transmisión de su enseñanza ha sido legada a su familia.
Quizás esta preferencia por su yerno –teniendo en cuenta que Lacan tenía cuatro hijos- se deba, por un lado, a que Miller era un médico psicoanalista como él, pero, principalmente, al inmenso cariño que sentía por su hija natural, Judith. Ella es la única hija de Jacques que se reconoce públicamente como tal. Paradójicamente, por haber nacido fuera de un matrimonio consolidado –es hija de Sylvia Bataille- Judith no lleva el apellido de su padre, sino el de Bataille. Nuevamente la ambigüedad ronda a nuestro personaje. Miller ha recibido el legado del patrimonio cultural e intelectual y, comentan los psicoanalistas, que los textos de Lacan son difíciles de conseguir porque su yerno los retacea.
A 25 años de su muerte, su obra, su vida y su mito siguen siendo escurridizos –como el deseo mismo- y nos continúan desorientando, intimando, incomodando –pero todo ello de manera fascinante-, quizás para que permanezcamos confundidos y no dejemos nunca de pensar.
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