EL PODER NOS CALLA, PERO EL SILENCIO GRITA
Un hombre disfruta tras la ventana de su confortable casona, seleccionando un tutor para su hija, entre un puñado de postulantes que soportan el frío gélido del invierno bonaerense de 1840. Entre los que aspiran al trabajo, el poderoso dueño de casa elige a un maestro jorobado. Dos razones lo llevan a tomar esta decisión, por un lado el defecto físico de aquel hombre le permitirá burlarse y denigrarlo, cuestión que lo seduce, y, además, supone que por su apariencia física, este joven es sexualmente inofensivo para su hija. Así comienza una de las piezas teatrales más inquietantes de la dramaturgia argentina: “La malasangre”.
Esta obra de Griselda Gambaro, escrita a principios de los años 80, que hoy es uno de los grandes clásicos del teatro argentino, fue recreada en la tablas del Centro Cultural Provincial el fin de semana pasado. Estuvo a cargo de un grupo de talentosos actores, entre los que se encuentran el prestigioso Lorenzo Quinteros, la joven y cautivante Carolina Fal, el también joven e interesante Joaquín Furriel y el experimentado Luis Zembrosky, todos ellos guiados por la luminosa dirección de una especialista en la dramaturgia de Griselda Gambaro, la señora Laura Yusem.
Según los críticos teatrales, “La malasangre” es un texto áspero, preciso y a veces feroz que relata una historia ambientada en una casona de Buenos Aires en la época de Rosas. Su amo es la corporización misma de lo autoritario. Tiene una esposa, una hija y un criado especial, malvado en su sumisión, que actúa como brazo ejecutor. El amor de la hija hacia su preceptor, un jorobado a quien se martiriza sin motivo, sólo por el “tacto de la época”, desatará la tragedia.
La historia del teatro argentino recuerda con mucha emoción esta pieza dramática: los memoriosos cuentan que en el año 1982, cuando se estrenó en el teatro Olimpia de Buenos Aires, con la dirección de Laura Yusem y las actuaciones de Soledad Silveyra y Lautaro Murúa, la temática de la obra funcionó como metáfora certera del gobierno militar. Vapuleado en Malvinas y con el estigma del incendio del teatro Picadero encima, el régimen debilitado fue el blanco perfecto para el teatro. Y el público saludó con aplausos y gritos estruendosos aquella noche, muchas de las frases de la obra, pero en especial el alarido final de la heroína que decía: “Aquí seguirá imperando el silencio, yo me callo… ¡pero el silencio grita!”.
Quienes no tuvimos la suerte de ser testigos de aquella puesta en escena imaginamos cómo se le habrá erizado la piel a los espectadores, cuando en la obra aparecen en primer plano los sonidos de las carretas rosistas que iban y venían de cortar cabezas y, en aquellos años de horror, era inevitable que la imaginación no asociara las carretas al Falcon verde.
Pero todo aquello es historia. Porque los santafesinos fuimos partícipes como espectadores de la resurrección de “La malasangre”. Ya que esta nueva versión del clásico de la Gambaro nos dejó con un nudo en la garganta, porque la fuerza de ese texto sutil, artero y feroz, que renace desde los cuerpos y las gargantas de estos grandes actores argentinos, no deja otra posibilidad. Carolina Fal deja la vida en el escenario; con su gran personalidad dramática y la presencia de su voz, se hace carne en la heroína y resuelve con mucho talento el complejo mundo psicológico de Dolores.
En algunas entrevistas Joaquín Furriel afirmó: “Dolores es una chica con los caprichos propios de haberse criado en una familia que le mostró algunas cosas y le ocultó tantas otras; que repite opiniones que no le pertenecen, heredadas de su padre, y comportamientos que son de su madre y no le van. Y al mismo tiempo, tiene una rebeldía propia de quien está buscando una identidad, sus propios valores. Es ahí donde se abre una grieta muy seductora para este personaje. Ella no está con el chip puesto, repite al principio pero después comienza a cuestionarse”.
Joaquín Furriel es para el público del interior, que sólo lo conoce por sus trabajos televisivos, una de las grandes revelaciones de la obra. Su personaje se llama Rafael y es el otro protagonista del drama. Es quizás uno de los personajes más complejos de “La malasangre” y el joven Furriel demuestra arriba del escenario que es mucho más que un galán de telenovelas.
Según sostuvo Carolina Fal en entrevistas: “Rafael conoce la dignidad, en un mundo en que lo opuesto es moneda corriente, y eso es lo que la seduce a Dolores. Él es una persona con honestidad intelectual y moral, y es quien logra transformarla. Con él, por primera vez, ella se ve como una persona fea: mi personaje en una oportunidad lo manda a castigar y ella nunca se había dado cuenta de que era capaz de eso”.
Y qué decir de Lorenzo Quinteros, quien encarna de manera exquisita al malo de la pieza teatral, ese rosista desalmado, misógino, sarcástico, que no soporta ni la libertad, ni la belleza, ni la disidencia y que prefiere esconder la mugre bajo la alfombra.
Es bastante difícil que los santafesinos que vibramos con el teatro, olvidemos fácilmente esta puesta en escena de “La Malasangre”.
Sobretodo dos de las escenas, por supuesto la del final de la obra con toda su potencia dramática, pero quizás sea más complicado borrar de nuestra memoria una escena en la cual Rafael, el jorobado, y el criado, Fermín, recrean un baile grotesco y delirante, donde Fermín, a la vez que sumerge en el ridículo al profesor, lo golpea. En aquel despliegue escénico los espectadores nos dimos cuenta de que, cuando grandes actores se le animan a una obra maestra como “La Malasangre”, el teatro toca el cielo con las manos.
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