EL VOTO DE INMIGRANTES SOVIÉTICOS PUEDE SER UNA SORPRESA EN ISRAEL
En el barrio de Yudgimel, en Ashdod, se produce un pliegue extraño de la historia. En el almacén de Tatiana van entrando para sus compras Serguei, nacido en Bielorrusia; Natasha, la cosmetóloga de Odessa; Yvor (el único que no es de raza eslava) de Azerbaiyan y Stephan, un joven que vino de muy chico de Moldavia. Es casi como si en un punto la Unión Soviética todavía existiera: hablan entre ellos sólo en ruso y los une la historia común de un exilio elegido.
“¡Pero nada tiene que ver esto con lo que dejamos! Israel es como vivir en América”, dice a Clarín la platinada cosmetóloga de Odessa refiriéndose a Estados Unidos. Ella, como el resto, vino con la gran ola inmigratoria de 1991, cuando cientos de miles de soviéticos huyeron, en parte, expulsados por el inminente colapso de la gran potencia comunista y en parte por la política de seducción que tenía el entonces Ministro de Vivienda, Ariel Sharon. El ingreso no fue demasiado exigente en cuanto a la religiosidad de los aspirantes, educados en el ateísmo soviético.
Ahora hace 15 años que viven en Ashdod, a orillas del Mediterráneo y a 70 km al sur de Tel Aviv, una ciudad cuyo origen se pierde en la Edad de Piedra —fue sucesivamente conquistada por los filisteos, por el rey David, por Nabucodonosor, por Alejandro Magno y por los otomanos— y ahora es la quinta de Israel además de uno de sus principales puertos. Sus calles son amplias y los edificios sobrios.
Y como aquí se encuentra la mayor concentración de emigrados rusos es una plaza importante para Avigdor Lieberman el candidato preferido de la colectividad. “Ivet”, en su apodo cariñoso en ruso, podría ser, según la prensa israelí, la sorpresa de las elecciones legislativas del 28 de marzo. Sus cinco escaños actuales -dicen— podrían duplicarse. Y para medir su importancia recalcan que del 1,3 millón de rusos que hay en Israel, 740.0000, es decir un 15% del electorado, vota.
“Me gusta porque es un hombre fuerte. Los demás hablan mucho, prometen todo y no hacen nada”, dice convencida Natasha con el asentimiento del azerí, Yvor. Tataiana en cambio confía en Kadima, el partido creado el año pasado por Sharon. Serguei (34, analista de sistemas) y Stepan (24, dueño de un comercio) se declaran indecisos.
Lieberman, que fue parte del Likud durante años, fundó en 1999 el partido derechista y laico Nuestra Casa Israel. Su propuesta más polémica es la de separar territorialmente árabes e israelíes, rediseñando el mapa regional. Los nuevos límites son tan exóticos como impracticables pero su idea toca las fibras racistas de muchos electores que ven en su programa la posibilidad de dejar de convivir con árabes. Por eso sus rivales lo comparan con el francés Jean Marie Le Pen.
Ciento de miles de inmigrantes rusos ven en él la figura que mejor calza en el imaginario de quienes fueron ciudadanos soviéticos: con su tono fuerte y decidido, Lieberman (47 años nacido en Moldavia) encarna al “padrecito”, el hombre duro, que carga sobre sus hombres todas las decisiones de la nación y que es capaz de tomar medidas drásticas sin vacilación.
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