En Mosul, refugios que vibran por las bombas y disparos
A pesar del riesgo, miles de habitantes prefieren quedarse antes que ir a campos de refugiados.
Los campos de desplazados “son como la prisión”, explica Mohammed. Cuando tuvo que huir del oeste de Mosul por los combates, este anciano iraquí se refugió en su propia ciudad, en una casa desocupada de un barrio reconquistado por el ejército a los jihadistas de Estado Islámico (EI).
“Ignoro todo de esta casa”, admite Mohammed. “Los propietarios partieron hacia Bagdad, también desplazados. La gente del barrio me dijo que podía instalarme, entonces me quedé.” Este hombre no quiere ir a un campamento de refugiados. “Es como una prisión. No te dejan salir”, afirma.
La nueva vivienda tiene tres habitaciones, una alfombra de decoración colgada en una pared y un servicio de té completo. “No hay agua”, constata Mohammed, que vive allí junto a una de sus dos mujeres, un hijo y su nuera embarazada.
El barrio Al-Intisar, en donde Mohammed encontró este domicilio provisional, fue liberado recientemente por las fuerzas iraquíes que desalojaron a los jihadistas. Pero la línea de frente está a sólo un kilómetro.
A los chasquidos de armas automáticas siguen las sordas vibraciones de los bombardeos de los helicópteros y de los rugidos de los blindados que recorren las calles. EI controla ahora sólo un tercio del este de Mosul, pero el oeste de la ciudad -la segunda más importante del país, convertida en su principal feudo en Irak- aún está íntegramente bajo su control.
En esta guerra urbana entre jihadistas y fuerzas iraquíes, el plan de batalla se parece a un rompecabezas. Mosul tiene más de 200.000 construcciones cuya disposición favorece los escondites que pueden usar los francotiradores y los kamikazes de EI para atacar a las tropas por sorpresa.
Los civiles, que vivieron bajo el yugo de los extremistas sunnitas durante más de dos años y medio, son ahora espectadores y actores de un conflicto que se desarrolla en la puerta de sus casas.
Según la ONU, más de 125.000 personas huyeron de sus hogares desde que comenzó el 17 de octubre la ofensiva para reconquistar la segunda ciudad de Irak. Unas 14.000 regresaron desde entonces.
Imposible saber cuántos son en las calles de Mosul, con aspecto aturdido y sus magras pertenencias apiladas en una carreta, a la búsqueda de un hogar temporal. Estos desplazados urbanos se instalan donde pueden.
Abu Ahmed, su mujer y sus tres hijos pudieron beneficiarse de la hospitalidad de amigos que les confiaron su casa. Pero este hombre se inquieta sobre todo por su hijo, de tres años y medio. “Están las bombas y los ataques aéreos. Ahora conoce el lenguaje de la guerra. Un chico no debería conocerlo”, se lamenta.
Las casas de Al-Intisar tienen pocos rastros de los combates. Es la prueba, según el coronel John Dorrian, vocero de la coalición internacional, de que desplegaron “un trabajo extraordinario” para proteger a los civiles. Pero al pavor por los combates se mezcla la compasión de los habitantes por sus vecinos o, en el caso de Um Dunia, por desconocidos. Esta madre de siete hijas albergó en su casa a cinco familias que huían de los combates en el este de Al-Intisar.
“Gracias a Dios, les abrí mi puerta y los recibí. No los conocía”, dice. Esta cohabitación improvisada duró entre diez y 22 días; difícil recordarlo.
Su familia y la veintena de desconocidos que recibió permanecieron encerrados en la casa, a la espera de que EI se retirara y de que llegaran las fuerzas iraquíes. Decididos a ocupar las casas de los civiles, los jihadistas golpearon su puerta “hasta que se cansaron”, cuenta Dunia. “Reciclábamos el agua usada para no tirarla a la calle, sino [los jihadistas] hubieran descubierto que había gente en la casa”, agregó.
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