LOS ISRAELÍES VOTAN HOY PARA ELEGIR PARLAMENTO Y AL SUCESOR DE SHARON
Un gran signo de interrogación pende sobre la política israelí. Hoy, cerca de cinco millones de israelíes podrán elegir una nueva legislatura y un nuevo primer ministro. Pero el índice de indecisión es tan alto y la volatilidad de los votos, que migran de un partido a otro, es tan extendida que vuelve imposible cualquier pronóstico.
No obstante, gane quien gane, una nueva generación de líderes políticos tomará el poder. Ninguno de los tres candidatos principales —ni Ehud Olmert, ni Amir Peretz ni Benjamin Netanyahu— hombres de entre 50 y 60 años, pertenecen a la generación que participó en la construcción del Estado de Israel ni tienen altos rangos militares. El recambio generacional y la pertenencia a la sociedad civil son dos marcas fuertes que indican que esta elección es un capítulo más de los grandes cambios que vive Israel desde agosto pasado.
El proceso se inició hace dos años con la creciente presión de la sociedad israelí que en un 70% quiere una solución con los palestinos. En agosto de 2005, el primer ministro Ariel Sharon, el viejo halcón del Likud, en contra de la corriente mayoritaria de su partido, emprendió un giro drástico y dictaminó unilateralmente el retiro de Israel de los territorios ocupados de Gaza, es decir, de los 8.000 colonos israelíes que allí vivían. El Likud no soportó el cambio y se quebró. Sharon abandonó esa formación, se corrió hacia una derecha moderada y creó un nuevo partido —Kadima— atrayendo a políticos de otros sectores como al laborista histórico Shimon Peres. Sharon llamó a elecciones anticipadas. El 4 de enero, un derrame cerebral derrumbó sus expectativas de ser ratificado hoy en las urnas y Ehud Olmert, su número dos, es su heredero.
Otro hecho que vino a modificar aún más el dibujo político de la región fue el inesperado y masivo triunfo de Hamas, el movimiento integrista musulmán que cometió decenas de atentados suicidas contra objetivos israelíes, en las elecciones palestinas del 25 de enero.
A este escenario de cambios que explica en parte la volatilidad de los votos y el alto número de indecisos (sector que en los últimos días creció hasta el 20%), debe sumarse el desencanto político. Cada vez más israelíes creen que sus dirigentes no cumplirán con las promesas y por eso hoy, según indican los pronósticos más pesimistas, uno de cada tres electores no irá a votar. Los más optimistas hablan de un 25% de abstención cuando en las últimas elecciones de 2003, el ausentismo fue del 21%.
Olmert, ex alcalde de Jerusalén y un hombre cercano a la nueva clase de ricos empresarios israelíes, no despierta grandes pasiones, pero —dicen las encuestas— será el más votado. Se cree que obtendrá 36 escaños. Lo sigue el laborista Peretz con 18 y el derechista Netanyahu con 14.
De alguna manera, estas elecciones son una suerte de referendum sobre qué opinan los israelíes en cuanto a compartir o no los territorios con los palestinos. Olmert, que cultivó un perfil muy bajo en toda la campaña (tal vez para evitar comparaciones que lo hubieran perjudicado con Sharon) insistió en el retiro de Israel, de parte de Cisjordania (donde viven 250.000 colonos en unos 130 asentamientos).
Quienes defienden esta política dicen que es vital para la seguridad, la soberanía y la democracia de Israel. La clave para entender esto, afirman, está en la alta tasa de natalidad de los palestinos. Por ejemplo, en Gaza, el 50% son menores de edad, lo que significa que la población se duplicó en menos de 20 años. A este ritmo, en poco tiempo, la población árabe superaría a la israelí.
Con mirada estratégica, Sharon se preguntó qué hacer. Si Israel quería quedarse en los territorios y seguir siendo considerado un Estado democrático debía darle a los árabes el mismo status de ciudadanos que tienen los israelíes. El otro camino —inviable por el escándalo internacional y por el costo económico de la represión— era establecer un régimen de “apartheid”. El retiro unilateral fue el mal menor.
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