Muriel Santa Ana: “Ser actriz es un privilegio en este mundo horrible”

A su última película en cartel, Caída del Cielo -que protagoniza junto a Peto Menahem- comparte detalles de la filmación con La Nación y reflexiona sobre el oficio.
Hay que atravesar ese inicial mal humor, apuro o coraza al inicio de la charla para darse cuenta que Muriel Santa Ana (45) es una mujer única. Culta, ocurrente, graciosa. Su recorrido demuestra que es una actriz de raza. Hija del actor Walter Santa Ana, mamó el amor por las artes desde temprano y luego supo romper el molde de las actrices de su generación. Consiguió subir a los escenarios de las primeras ligas del teatro, la televisión y el cine. Nos enamoramos de ella en Lalola,Ciega a citas y Solamente vos, nos conmovió en films como Un cuento chino y la admiramos en obras como La vida es sueño y El gran deschave. Sin embargo, ella subraya: “No me atrevo a llamarme artista” y se diferencia de aquellos que hacen de su vocación por las artes “una carrera hacia la fama, apoyada en una exposición única y feroz de su persona”. Intensa, pasional y bien plantada, mientras disfruta del lanzamiento de Caída del Cielo no pierde el tiempo: el 10 de junio sale a las canchas con El andador, una pieza teatral que reabre el Teatro de la Rivera y entre tanto, participa de un ciclo de homenaje a la poeta Leonor García Hernando (Absorta y desnuda). Además, hace Teatro por la identidad gratis en el Multiteatro. ¡Agenda completa para la talentosa Muriel!
-¿Qué es lo que atrapa de Caída del cielo?
-Es una historia de amor entre dos personajes que pasan los cuarenta y pico y son un poco fóbicos y solitarios. Creo que la propuesta de arrancar la historia con esto de que Julia, mi personaje, cae al patio de Alejandro, el personaje de Peto, y así se conocen es atractivo. Como es desopilante, habilita algunas situaciones cómicas, locas, dramáticas, tiernas de cómo comienzan a enlazar sus vidas solitarias y, cómo esto ocurre cuando él estaba a punto de quitarse la vida. La propuesta es ver quién salva a quién.
-¿Cuál fue tu desafío al hacer la película?
-Aprender, ponerme al servicio del proyecto de alguien, que fue el de Néstor Sánchez Sotelo para contar esta historia que fundamentalmente me interesaba por la química que tengo para trabajar con Peto, que no sólo es mi amigo sino que también es un actor con inquietudes parecidas a las mías y esto hace la construcción muy interesante.
-¿Y cómo te sentís al ver la película terminada?
-Es un poco difícil decir eso, a mí me cuesta en particular verme en pantalla porque no me reconozco en la imagen que veo y encima soy introvertida, a lo cual, que todo el mundo opine después de esa imagen que dicen que soy y que a mí me cuesta aceptar, es todo un tema. Sin embargo, te puedo decir que es una película tierna y preciosa. El día del avant premier fue muy bien recibida, se rieron mucho más de lo que pensábamos que se podían reír. Eso es bueno. Pero yo estoy más del lado del rodaje, que del lanzamiento, ver la cuidad empapelada con el estreno me pone contenta en este contexto lleno de dificultades para hacer cine nacional, pero no es mi metier. Yo estoy del otro lado y trabajé allá lejos y hace tiempo.
-¿Qué es lo que más te gusta de hacer cine?
-El lenguaje cinematográfico tiene esto de que uno entrega su trabajo al montajista, al director, hasta al productor y después eso que hizo tiene que ver con decisiones que no son de uno, como planos, música, encuadres. A veces se agradece, otras no tanto. Para mí, fue una experiencia muy linda, siempre hacer cine es un acto de confianza y sobre todo en mí estaba la intención de la búsqueda, de seguir aprendiendo en un medio del que todavía no sé tanto. Y eso está cumplido.
-¿Te preocupa la taquilla?
-No tengo una mirada resultadista sobre mi trabajo. Lo veo como un proceso y menos si se trata de cine o televisión. Simplemente no lo veo en esos términos.
-¿Dirías que la idea del film es desidealizar al amor?
-No sé, es una linda pregunta para pensarla con un poco de detenimiento. El cine tiene eso de mostrarnos lo inalcanzable. Es lo lindo también. Si el ideal es esto de las personas perfectas, las edades ideales y la historia florida, sí, muestra personajes que se alejan de eso y aman. Pero hay una larga tradición a nivel nacional de este tipo de comedias románticas. Pienso en directores como Juan Taratuto o Juan José Campanella. Soledad Villamil es un referente en ese tipo de pelis, Valeria Bertuccelli… Maestras de lucirse en esa belleza y ternura de los roles perdedores, de los personajes imperfectos.
-Las anécdotas de rodaje seguramente tienen que ver con las tentadas…
-Filmar con Sebastián Wainraich y con Peto Menahem es terrible en ese sentido, casi una maldición. Nos reímos muchísimo. Aparte el rodaje fue amoroso, un equipo súper cálido, increíble. La tentada tiene que ver con el estar divirtiéndose, con que la estamos pasando bien, haciendo lo que nos gusta. Yo en particular disfruto de ver a mis compañeros graciosos hacer gansadas, pero hubo una escena en particular que hubo que hacer 10 tomas por las carcajadas y terminamos resolviéndola conmigo de espaldas a la cámara y muteando el sonido, porque para colmo me río con ruido, imposible disimularlo. Pero, ojo, ellos no estaban haciéndome una joda ni nada para hacerme reír, estaban actuando, son tan graciosos que yo estallaba.
-Es innegable un contexto nuevo para el cine, en medio del furor de las series web, el on demand y el abanico de posibilidades que tiene hoy el espectador, ¿cuál es tu visión?
-Ni hablar, pero también me pasa que voy al cine, no sé bajar películas, no hago nada en la computadora, salvo Netflix. La experiencia y la magia de una película en el cine es irremplazable. Ver algo que vale la pena ver, en una pantalla de computadora, me parece un deterioro. Yo hago hincapié en que ciertas piezas hay que verlas en las salas. La vivencia es otra. Te entregás a algo, te sentás y no estás en control. Si estás en tu casa la parás, te hacés un mate, hablás por teléfono, mandás un mail y es cualquier cosa. Se convierte en mirar tele.
-¿Qué ves al mirar para atrás?
-Y bueno, primero a mis padres, a quienes les debo supongo -o les tengo que echar la culpa de- mi vocación. Hablando en serio, lo agradezco todos los días que fueron artistas y no dueños de un imperio o fundadores de un banco. Fui afortunada. Primero, ya ser actriz es un privilegio en este mundo horrible. Poder decir palabras hermosas, poder estar cerca de tantas actrices y actores desde que nací, haber crecido en medio de poesía, teatro, música, filosofía, pintura… Es una vida anticapitalista te diría y todo esto me aleja un poco de la tristeza de lo que es el sistema. Por eso, trato de vivir bien agarrada a eso, de conectar todo el tiempo con esa profundidad y no con lo que se nos da predigerido socialmente. Todo es un bocadito que te lo metés en la boca y no te lleva a pensar, ni lo masticás. Intento vivir dentro de una búsqueda en el campo del arte que me lleve a estar despierta, en ese sentido, creo que tuve suerte. No me atrevo a decir que soy artista, si sé que mantengo esta conexión con el arte como una fe, no en mí, sino en ese camino. Y no en el que me decían que debía ser para ser exitoso, sino el de la conexión, del trabajo, del compromiso, del rigor, de la seriedad con uno mismo, de la vitalidad…
-Pero en ese recorrido encontraste el éxito…
-Mirá, no sé qué es eso. La taquilla no me preocupa, sí la felicidad de sentirme plena en lo que hago. Le escapo a la felicidad pelotuda, pre digerida, fácil. Digo, esto para mí es un camino, no una profesión porque si uno lo ve solo como una carrera hacia la fama, nunca llegás. El acento y el motor de la inquietud tiene que ser la mirada propia, no la ajena. Hay mucha gente que está apoyada en una exposición única y feroz de su persona. Bueno, eso tiene un límite. Así como el sistema te traga, te expulsa y si no encontraste felicidad más allá de eso, bueno, tenés un problema.
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