Piden altas penas de prisión por el crimen de Colasso
El hecho ocurrió el 16 de noviembre de 2012 en Villa Gobernador Gálvez y fue el epílogo de tres ataques previos contra la misma víctima.
Cuatro años atrás Juan Pablo Colasso salió a la calle decidido a enfrentar la muerte. Con un chaleco antibalas y una pistola en la cintura se paró al lado de su Peugeot 307. Dejó las puertas abiertas y puso el estéreo con la música fuerte. Así se paró a esperar las balas. “Vengan a buscarme que acá estoy”, gritó desaforado. Sus vecinos no dudaron: les hablaba a los mismos que lo habían corrido a tiros tres veces en los días previos. Acaso, pensaron, los estaba convocando por teléfono. La muerte no tardó en llegar. Una ráfaga de disparos, un grito de dolor y el silencio. Dos disparos más como de remate, un auto que acelera y Juan Pablo Colasso que queda balbuceando en el piso con seis balazos en el cuerpo.
Su muerte, el 16 de noviembre de 2012, fue un final que parecía escrito de tanto anunciarse. Dos días antes el padre de Colasso había denunciado a viva voz en Tribunales que a su hijo lo perseguían para matarlo: a lo largo de tres días de furia sufrió el acecho de tres tiroteos en un radio de diez cuadras de Villa Gobernador Gálvez, donde residía. Cuando sólo faltan 30 días para que se cumplan cuatro años del crimen, el fiscal Guillermo Corbella no tiene dudas de que ese alarde de plomo provino de armas empuñadas por una misma banda encabezada por Luis Orlando “Pollo” Bassi, el hincha de Newell’s y dueño de una remisería familiar que está preso por ordenar el crimen del ex jefe de Los Monos, Claudio “Pájaro” Cantero, ocurrido un año después.
Ahora, sobre el final del juicio por el crimen de Colasso, el fiscal pidió 17 años de prisión para Bassi y penas más altas para quienes situó como sus laderos y ejecutores de los disparos: Milton Damario y Facundo “Macaco” Muñoz. Para el primero pidió una pena unificada de 18 años porque cuenta con una sentencia previa y firme a 3 años y medio de cárcel. Por el mismo motivo pidió 21 años para Muñoz (registra una condena a 4 años y 8 meses), de cuyo teléfono partió el último llamado al celular de Colasso .
El mismo trío delictivo espera el juicio oral por la muerte de “Pájaro” Cantero, ejecutado a tiros frente a un boliche de Villa Gobernador Gálvez en mayo de 2013. Tras ese homicidio, que sacudió la escena del hampa local, los tres acusados sufrieron los crímenes de sus padres; y Bassi, además, vio morir acribillados a dos hermanos, todos con marcas de venganza.
Conexiones. El pedido de penas fue realizado por el fiscal Corbella en un juicio del viejo sistema escrito a cargo del juez Gustavo Salvador en el juzgado de Sentencia Nº 5. El dictamen acusador consideró a los imputados coautores de un homicidio calificado por el uso de arma de fuego. A Bassi lo encontró responsable de las tres balaceras previas al crimen y a Damario y Muñoz de las dos últimas. En esos cruces encontró las principales pruebas para implicarlos en el desenlace.
Es que en el segundo ataque, cuando a Colasso lo ametrallaron sin herirlo en Oppici y Soldado Aguirre, el muchacho vio a sus agresores y le contó a su hermano quiénes eran: nombró a Bassi, Damario y Muñoz. En ese atentado se secuestraron vainas calibre 11,25 y 40. La ejecución, dos días después, se cometió con plomos de las mismas armas. Ese nexo es clave para la Fiscalía, en una causa plagada de testimonios sobre la enemistad de Colasso con “Pollo” Bassi y su gente, enemistad nacida en la tribuna de Newell’s.
La víctima y Bassi eran amigos en la barra brava de Newell’s en los tiempos en que mandaba Diego “Panadero” Ochoa, hoy preso por instigar el crimen de su antececesor, Roberto “Pimpi” Caminos, y el de Maximiliano “Quemadito” Rodríguez. Un hermano de Colasso contó que el quiebre “se originó a partir de la pelea entre Bassi y Ochoa”, cuando una porción de sus hombres intentó desbancarlo del paravalanchas en el famoso incidente conocido como “la entangada”. Colasso quedó “del lado de Panadero” y esto “despertó la envidia” de Bassi. El vínculo, según testigos que cita el fiscal, se transformó en una “enemistad peligrosa”.
Ataques previos. En ese clima, a lo largo de tres días de noviembre de 2012, a Juan Pablo Colasso lo persiguieron para matarlo. En la calle se decía que la pelea entre Bassi y él era a muerte. El miércoles 14, a las 17.30, se desató la primera balacera en la esquina de San Martín y Eva Perón. Colasso sufrió un tiro en una pierna. También fueron alcanzados por balas calibre 11,25 y 38 largo un auto estacionado y el frente de una concesionaria.
“Ustedes saben quiénes fueron. Son los Bassi con esa chata roja. Los conoce toda la ciudad”, les dijo una vecina a los primeros policías en llegar. La escena quedó filmada por la cámara de un banco: Colasso manejaba el 307 y al detenerse en el semáforo empezaron a dispararle desde una chata. Su hermano, que iba con él, dijo que tiraba Bassi como acompañante en una camioneta Dodge Ram roja. Colasso aceleró y cubrió su escape a tiros. Fue a su casa por refuerzos y al rato, con dos amigos, salió a buscar a sus oponentes en el Renault Kangoo gris de uno de ellos.
A las 18.10, en Oppici y Soldado Aguirre, se reanudó el duelo. Los rivales eran cuatro en un auto oscuro. El pandemónium de plomo dejó cuatro vehículos y frentes baleados. A Colasso se le trabó la escopeta. Desesperado, se tiró a una zanja y un amigo de la cuadra lo sacó del lugar en un Ford Ka gris.
Colasso tenía 30 años y un hijo chico con una mujer de la que estaba separado. Perseguido, vivió sus últimos días en estado de desesperación. Pasó la noche refugiado en la casa de un amigo que lo vio “muy raro, ansioso, alterado, como drogado”. La madrugada del jueves el ataque se desplazó a la casa donde vivía con sus padres y un hermano, en Bordabehere al 1400. El frente quedó decorado por 24 balazos de calibre grande y los vecinos apuntaron a un Volkswagen Gol azul.
El mismo jueves a la siesta, con tres balaceras denunciadas, efectivos del Comando Radioeléctrico villagalvense intentaron cruzar a Juan Pablo Colasso cuando circulaba en el Peugeot 307 gris con otras tres o cuatro personas. Fue una carrera de varios kilómetros con intercambio de tiros por la zona sur rosarina, hasta que uno de los móviles quedó atrapado entre dos camiones, otro volcó y Colasso se perdió hacia Cabín 9.
El final. El olor a pólvora seguía en el aire de Bordabehere al 1400 cuando volvió a llover plomo en la cuadra que, esta vez, se manchó de sangre. Despiertos y expectantes por lo que había pasado la noche anterior, varios vecinos escucharon llegar a Colasso en auto a su casa cerca de las 4 de la madrugada del viernes 16. Iba y venía caminando exaltado por la calle con una ametralladora en la mano. Entonces “empezó a gritar que lo vinieran a buscar, que allí estaba. Parecía que hablaba con alguien por teléfono”. En minutos se acercaron dos autos, se escuchó una ráfaga de tiros y dos de remate.
Colasso quedó tirado boca arriba en la vereda, con un chaleco antibalas y una gorra blanca ensangrentada. En la cintura tenía una pistola 9 milímetros cromada que no alcanzó a usar y una bolsita con balas calibre 38. Tampoco le sirvió de mucho la escopeta estadounidense Mossberg 500 calibre 12,70 que quedó en la entrada a su casa. El 307, con las puertas y el baúl abiertos, recibió siete impactos. En la escena quedaron diseminadas vainas de cuatro calibres.
Del material balístico y la autopsia se deduce que primero lo inmovilizaron con disparos de una ametralladora automática a sus extremidades: recibió un disparo en la mano derecha, dos en el muslo derecho, otro en el muslo izquierdo. Luego se acercaron y lo ejecutaron con dos tiros a la cabeza. Ninguna bala apuntó al chaleco.
Este contenido no está abierto a comentarios