FAP-UNEN: ¿Qué vas a ser?
Por Coni Cherep
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Lilita se paró mientras Pino Solanas hablaba. Cualquier parecido con la mala ficción de Lanata, es pura casualidad. Ni Lilita es un personaje gracioso, ni Solanas un idiota y ambos son, al menos por ahora, dirigentes de una coalición que busca su destino. Esto fue patéticamente real.
Tampoco pertenecen a guiones de ficción los romances de Lilita y algunos dirigentes radicales con sectores del PRO. Ni resultan, a la vista de la sociedad, “diferencias menores” las que distancian a una coalición Socialdemócrata, con otra que tenga perfiles “neonoventistas”.
El FAP-UNEN nació como alternativa a los abusos populistas del Kirchnerismo y, también, a las esperanzas neoliberales de recobrar el Estado para reducirlo a su mínima expresión, en la que no importa demasiado la regulación de las desigualdades sociales.
En esa discusión está el FAP ahora. En la discusión de su naturaleza y viabilidad. Y en eso, juega un papel clave el Radicalismo por su peso territorial y el compromiso de sus dirigentes con una idea madre: Un programa, un proyecto de gestión que tenga intereses superiores a los de acceder a la administración del Estado para después ver lo que se hace con él.
La penosa experiencia de la ALIANZA, resulta lo suficientemente cercana y aleccionadora como para que algunos sigan creyendo en esa fórmula: “juntémonos para ganarle al Peronismo y después vemos cómo repartimos” . Es increíble que existan dirigentes que crean todavía en esa fórmula y no hayan reparado en el fuerte rechazo –por cercano y doloroso- que ese razonamiento (inocultable) le genera a la mayoría de los ciudadanos.
No habrá depósito de confianza en quienes se juntan por una ocasional coincidencia. Mucho menos si nace del espanto. No. El FAP tiene que ser una construcción de ideas, con una dirigencia que coincida en lo estructural. Que sepa qué tiene que hacer con la economía, con los asuntos exteriores, con los recursos naturales, que tenga posiciones sólidas respecto de las soluciones que requieren los graves problemas sociales que sufre Argentina, basándose en un programa de gobierno y que al momento de ofrecerse a la sociedad TODOS, sin excepción, TODOS los que la integran, estén dispuestos a sostenerlo.
De nada sirven, en estas instancias, los tironeos personales. No hay café en la peatonal, ni desplante público, ni tibieza en las respuestas que puedan aportar nada. En todos casos, lo que ofrecen es una imagen de extravío y oportunismo que debilitan sensiblemente la imagen de la coalición y sirven en bandeja argumentos lamentables y poco rebatibles: “se comportan como una bolsa de gatos”.
Los que crean que el acuerdo con el PRO es una solución, deberían levantar la mano, plantearlo sin pudores y cruzarse a donde sientan que sus ideas o sus ambiciones personales resulten mejor tratadas. Los que no, deberían aprovechar esta tormenta y manifestarse sin rodeos.
El 2015 es mañana y hay una importante masa de argentinos harta de la corrupción kirchnerista y espantada con las expresiones maquilladas de continuidad (Scioli y Massa); y que además no cree en el Jefe de Gobierno de Buenos Aires y su agrupación “light”, como referentes de un cambio. Ese es el hueco que ocupa o debería ocupar el FAP-UNEN: el de la alternativa verdaderamente progresista (por astillado que se encuentre e término) y hay dirigentes que no terminan de entenderlo.
El juego de la “real politik” tiene límites. Y aunque uno acepte como regla que la negociación es la fibra misma de la práctica política, no se puede abandonar una idea constante de identidad. El pragmatismo sirve para las ocasionales necesidades, pero no para sostenerse en el tiempo. Los cafés con los adversarios sirven para acordar en la urgencia, pero nunca pueden constituirse en la médula de una coalición.
Aunque resulte ganador (escenario por cierto muy lejano), el FAP no podrá sólo con el país y quizás sí, allí, se deban dar los debates en torno a cómo abordar a las minorías para construir mayorías circunstanciales en el Congreso. Eso es natural cuando se gobierna, no cuando se es oposición o se pretende respeto por parte de la ciudadanía.
Las coaliciones exitosas (Uruguay, Brasil, y Chile) no son pragmáticas. Son programáticas. Y eso es lo único que no se puede negociar. Mucho menos al comienzo.
Dividir las aguas entre derechas, centros e izquierdas resulta, cuanto menos, vetusto para la complejidad del mundo de hoy. Pero hay que saber cómo se mira al mundo y cuáles son las urgencias y las prioridades, antes de firmar el acta de casamiento. Un matrimonio exige acuerdos esenciales: el amor y la coincidencia del domicilio, por dar ejemplos obvios. Si uno quiere vivir en Australia y otro en Corea, es difícil que la cosa funcione. Los propios invitados a la fiesta (en este caso, la sociedad) se encargarán de recomendarles que no lo consumen. El noviazgo sufre una crisis y aunque se hayan comprado algunos muebles, lo mejor sería que se sinceren respecto de la existencia o no de intereses comunes. Le harían un favor grande al FAP y a quienes no quieren volver a desilusionarse.
Los protagonistas
Carrió no parece dispuesta a poner lo colectivo por delante de su ego. Ella y Dios (en ese orden) decidirán qué es lo mejor y qué es lo peor, quién es bueno y quién es malo, quién es honesto y quién es indecente para la República. Cualquiera diría que no está bien de la cabeza. Yo no me animo a afirmarlo. Lo que sí me animo a decir es que Carrió es profundamente antidemocrática, y que cada vez que estuvo cerca de una construcción que la lleve a la administración de algo, la rompió. El discurso es precioso. La práctica, por lejos, incompatible con nada que se parezca a un colectivo.
El Partido Socialista, que vive una tensa calma con sus socios radicales en Santa Fe, tendrá que subrayar con la voz bien alta cuáles son los límites que está dispuesto a marcar. Y aunque lo haya hecho ya, insistir con eso. Aunque en esa definición, se juegue la suerte del acuerdo en la provincia también. La fragilidad que se percibe en las relaciones está dada por los chisporroteos que hay constantemente con el radicalismo y la pelea por los espacios de cada uno. La sociedad empieza a percibirlo, y aunque todo parece indicar que saldarán los asuntos con adecuada madurez, algunas luces de alarma se encienden Y sería muy grave para la salud de la democracia, que la única experiencia exitosa de gestión socialdemócrata continua de la historia en el país, se derrumbe como consecuencia de los apetitos sectoriales, o peor, personales.
Los radicales deberán definir, una vez más, si se identifican con una idea o con otra. Para partido tradicional con anchas avenidas ideológicas, ya perdieron la puja con el peronismo. El PJ puede jugar de neoliberal en los 90, y convertirse en revolucionario art decó en los 2000. La sociedad lo acepta así. Al radicalismo ya no. O son socialdemócratas o son liberales. Y en esa definición, serán del FAP, o serán los socios adecuados para Mauricio Macri y todos los que se sumen. No les caben más alternativas.
Probablemente, una vez más, les llegó el tiempo de volver a elegir, con las adecuaciones contemporáneas del caso, entre Irigoyen o Alvear, entre Illia o Balbín, entre Alfonsín o De la Rúa. No es lo mismo una cosa que la otra. Los argentinos dejaron de confiar hace tiempo en el Radicalismo “per se” y, desde la caída de De la Rúa, no consiguen enhebrar un discurso unívoco. Está bien la pelea en el comité y las arengas en las convenciones, pero tienen que definir qué quieren ser. Y convencerse, de nuevo, de que es preferible quebrarse a doblarse. Algunos dirigentes ya han sido tajantes, y en eso hay que reconocerle a Julio Cobos coherencia desde que lanzó sus pretensiones pre-presidenciales. Sanz parece lentamente seguir el mismo camino, afinando sus vínculos con Hermes Binner. Pero hay otros muchos que no terminan de definir en qué lugar del mapa prefieren ubicarse jugando, como Carrió, al coqueteo con quienes resultarán incompatibles socios del FAP. Y el tiempo se acaba.
El GEN, Solanas, Libres del Sur y los demás partidos chicos ya saben dónde quieren estar. De los grandes dependerá la suerte. De perecer el acuerdo, ellos seguirán siendo expresiones legislativas lejanas a la administración. Reservas del correcto discurso, que no corre el riesgo de la interpelación social.
Si el FAP UNEN no se pregunta “qué va a ser”, antes de “qué va a hacer”, el escenario nacional tendrá de nuevo alternativas exclusivamente Peronistas. Ellos sí saben qué hacer y no les importa qué son. No importa hacia dónde, porque eso lo impone el contexto mundial. Si cabe ortodoxia monetarista, serán las mejores alfombras del sistema financiero. Si cabe insistir con el relato populista que no transforma nada, insistirán con el embrujo de “Patria o Buitres”, mientras acumulan millones de dólares en sus cuentas personales.
A ellos si la sociedad se lo perdona. Básicamente porque transmiten la sensación de saber administrar el poder. Y allí reside el peor pecado de cualquier acuerdo de centro-izquierda: la sociedad los quiere, los respeta, pero no confía en sus habilidades para administrar el poder y hacer uso del mismo frente a las corporaciones. En eso el Peronismo tiene un Magister.
Y es eso lo que el FAP-UNEN debe conseguir: que lo crean capaz.
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