Recuerdos de Pandora
Cuando salga esta nota la pelota comenzará a rodar, y el equipo argentino de fútbol habrá logrado la hazaña de vaciar las calles de las ciudades y pueblos de todo el país. Un visitante de otra galaxia, de un planeta llamado Pandora, recientemente aterrizado en Buenos Aires, se pregunta por el motivo que hace que una pantalla en la que se ve a unos cuantos hombrecitos corriendo detrás de una pelota fije la atención de unos miles de millones de humanos. No entiende por qué cada tanto saltan de sus asientos como despedidos por un resorte y gritan algo ininteligible o se agarran la cara con desesperación. A veces se los ve levantar los brazos al cielo y mascullar alguna maldición.
Fenómeno incomprensible para este ser tan particular que, perdido en la ciudad vacía, quiere saber de qué se trata. La presencia de algunos de sus hermanos de especie que hace meses se aventuran camuflados (avatares) por distintos lugares, le prepararon una agenda de contactos para que lo ayudaran a comprender este fenómeno sin antecedentes galácticos. Le propusieron consultar a sociólogos y profesores de literatura con una percepción original del tema. Fue informado que así lo hiciera ya que el común de los humanos de la zona austral llamada Argentina confesaba que no se podía traducir en palabras lo que llamaban “un sentimiento”.
En Pandora no existían los “sentimientos”. Por lo que se notaba, era una referencia a una emotividad que los “na`vis” (los habitantes del planeta Pandora) expresan y sienten de un modo puntual. Cuando una madre le trae un fruto rojo a su hijo, el niño le salta al cuello y la besa mientras ríe, pero no sabe que tiene “un sentimiento” de felicidad. Entre ellos decir “te veo” ya expresaba la gratitud de un estado amparado por el Arbol de las Almas.
Por eso cuando le decían que el futbol era un sentimiento no entendía. Otros querían aclarar el sentido de lo dicho y subrayaban que se trataba de una “pasión”, otra palabra desconocida en Pandora que agregaba a la anterior una especie de estado de agitación que entre los “na`vis” se manifestaba cuando montaban un Thanator volador o copulaban entre lianas.
El sociólogo consultado también estaba frente a la pantalla pero se lo veía de mal humor y le decía al azulado aborigen que con el Mundial el sistema calentaba a la masa. Ante tal dicho no podía más que asentir ya que el ambiente estaba espeso, denso, y el señor y la señora –que se presentó como docente de la carrera de comunicaciones– repetían con rabia que todo esto que se mostraba en la pantalla –además de calentar a la masa y ser manipulado por el sistema– beneficiaba al “poder”.
Quisieron explicarle lo que era un “barra brava”. Quizá de todo lo que decían, la descripción de semejante entidad le fue más fácil de comprender ya que los portadores de los AMPSuit que a veces invadían su planeta concidía con el perfil de esos seres que rugían, golpeaban con un martillo un gran tambor y saltaban sobre algún supuesto cadáver.
La gente que le fue presentada como “de letras”, se componía de escritores y profesores que le explicaron que lo más importante era comprender la diferencia entre cultura popular y cultura de masas. Les fue imposible concertar la cita en un bar o confitería, ya que todos los establecimientos tenían la pantalla fosforescente acompañada de gritos acelerados al ritmo de los hombrecitos que corrían para apoderarse del balón.
Fueron al Parque Lezama y en unos bancos de piedra, cómodamente sentados, le contaron en qué consistía el Carnaval de acuerdo a un eminente sabio ruso, un tal Mijail Bajtin. Comprendió que aludían a fiestas con música y disfraces con mucha gente en la calle. Le preguntaron al pandoreño si veía gente en la calle. Por el contrario, respondió con precisión y obediencia, no hay nadie en la calle. La ciudad está vacía. “Vio… –le dijeron–, no hay cultura popular si no hay pueblo en la calle”. “¿Y sabe por qué no hay pueblo en la calle?” No, dijo desconsolado. “Porque el poder quiere que todos estén en sus casas aislados los unos de los otros, mientras les pasan por las pantallas los avisos de lavarropas, autos, tarjetas de crédito y obras públicas.”
Cabizbajo y algo confundido por la dificultad del problema, se dirigió a un bar de la zona y se sentó frente a un televisor en el único asiento que quedaba en el local. Pudo ver algo más tranquilo esa pantalla mágica y a los hombres corriendo de un lado para otro. Unos eran blanquitos y los otros negritos. Unos tenían una camisa rayada y los otros, verde. A veces se interrumpía la trasmisión y mostraban a señores con casco al lado de una grúa y un vozarrón que decía: “¡Esto también lo hiciste vos!”. No se atrevió a preguntarle qué sentido tenía esa frase al mozo que lo atendía y le sirvió el agua mineral. Pero sabía que “vos” también era él, y que le decían que ese camino roto con la gente a un costado sonriendo a la cámara también lo había hecho él.
Luego aparecía una señora también con casco pero muy bien vestida –en algo parecida a la princesa Neytiri– que subida a un andamio levantaba una mano y saludaba de un lado para otro mientras varias personas desde un nivel inferior trataban de tocarla con cierta incomodidad.
A las cinco de la tarde tenía concertada una cita con otros “na`vis” para intercambiar opiniones sobre ese día tan particular. Sin duda que les llamaba la atención el fenómeno del futbol. Uno de ellos contó que una vez finalizado el partido, se apagó la pantalla del lugar en el que estaba, y la gente subió a sus autos y tocaba bocina, ese ruido parecido al que hacen los reptiles alados cuando emprenden su vuelo. Sabían que la vida en Pandora no pasaba por su mejor momento. Los “na`vis” estaban deprimidos. Las sequías, la escasez de “lkrans” para volar, ese murmullo de disconformidad que se escuchaba sin estridencias pero con insistencia, los obligaba a pensar en una solución. Por algunas escenas presenciadas imaginaban que al Arbol Madre también lo revitalizaría estar rodeado por “na´vis” saltando de alegría como lo vieron alrededor de un tótem de piedra blanca en medio de una ancha avenida de Buenos Aires.
Estaban de acuerdo en que no tenía mucho sentido sacar conclusiones o enseñanzas de lo transmitido por esa gente que les hablaba de sistemas y cultura popular. Ya conocían en Pandora a seres semejantes de un azul más pálido, los “lanvandinos”, que también se reunían para discutir la crisis de la cultura Omaticaya y la decadencia de los “na´vis”. De nada servía nutrirlos de más letanías y no veían con buenos ojos introducir en su hogar estelar disciplinas que se llamaban sociales y frases emanadas de rencores literarios.
Lo que sí necesitaban era conseguir elementos vivificadores como los que inmovilizaban a millones de humanos fascinados como si estuvieran ante la presencia del mism
o Toruk cuando raja el cielo con su bramido de fuego.
Habían averiguado que lo que dejaba a todos absolutamente estupefactos y levantaba a la gente de sus asientos en bares, casas y en esos estadios repletos, era un tal Lionel, un hombrecito que corría muy rápido y sorteaba negritos vestidos de verde.
Ese fue el momento en que a uno de nosotros, antes de volver a Pandora, se nos ocurrió proponer un plan para raptarlo.
Este contenido no está abierto a comentarios