Un yugoslavo en cuyo
Esmirriado habría sido por entonces. Quizás con la misma mirada profunda y el alma mandona que luego lo haría popular en su pago lejano. Obrero era, como lo había sido también en una patria suya que por entonces –década del 20- era de unos pocos. Y el hombre de esta historia andaba por San Juan.
Casi esclavo, andaba. Exiliado, joven. Es probable que le hayan puesto un apodo bien argentino para no decirle Josip, porque su nombre podía resultar difícil. Y junto a otros porfiados como él, trabajó en obras en las que se requería fuerte empeño. Porque los ingenieros decían que había que abrir tal o cual montaña, pero eran los obreros los que iban y las abrían.
Aquí, en Rivadavia, a unos pocos kilómetros de la capital sanjuanina, donde es popular el TC 2000 porque cerca está el Autódromo el Zonda, hay un museo que está dentro mismo de una montaña. Tiene más de 100 metros de largo la cueva hecha museo y unos pocos metros de ancho, para darle al lugar un tono cavernario que pone en clima al que se anime a ingresar.
Y hay de todo en el museo. Está planteado como “geográfico”, pero hay de todo. Un cráneo de dinosaurio, un puma embalsamado o una víbora en formol. Algunos recortes en los que su sostenedor, Domingo, un aficionado a la ciencia, lo presenta con justa razón como “el museo más extraño del mundo”.
Es que no ha de haber tantos museos dentro de una montaña, sostenidos por un apasionado que es de consulta de científicos de varios lugares del mundo y que además ha publicado notas donde hace saber que posee un cráneo extra terrestre en su casa. Pero vayamos a cosas más terrenales.
El Museo ofrece tutearse con el terciario y podría complementarse perfectamente con los que hay como una continuidad del Valle de la Luna y Talampaya. Sólo sorprende el lugar, lúgubre, escondido, la personalidad de su propietario y la diversidad de los objetos y/o fósiles y/o piedras que tiene para mostrar.
Pero más que nada, es llamativo saber cómo se abrieron esas montañas como si se tratara de un cuento de las Mil y Una Noches. Fueron obreros yugoslavos los que prestaron sus manos primero y sus fondos después, cuando uno de ellos se hizo victorioso en su pago: Josip Brozovich, conocido mejor como El Mariscal Tito.
Sí. El hombre que se le plantó a la mismísima Unión Soviética, el comunista rebelde que durante muchos años trazó los destinos de la Yugoslavia unida, estuvo en la Argentina y trabajando como burro en una empresa titánica y mal remunerada, sin los trajes blancos con jinetas que lo hicieron famoso ni el poder de decidir que luego le sería concedido.
Tito no sólo estuvo en la San Juan a la que prestó su hombro casi esclavo para la obra pública. También estuvo en Salta trabajando en la construcción de la obra que hoy es “El Tren a las Nubes”. Después se marchó apurado alegando ante los que le pedían que no partiera la excusa de que lo estaba esperando la historia. Quizás no le creyeron.
Este contenido no está abierto a comentarios